“No se han producido excesos o equivocaciones de origen monetario y, por tanto, atribuibles al BCE, que dispone del saber hacer y el instrumental para corregir un desorden monetario pero no para corregir situaciones de escasez ni, mucho menos, las consecuencias de conflictos armados”.
HACE AÑOS QUE LA INFLACIÓN dejó de ser un tópico de conversación y materia noticiable. La estabilidad de precios se daba por supuesta. Algunos habían oído, y se creían, que después de experiencias ingratas los bancos centrales habían acertado al fin con la fórmula precisa que garantiza la estabilidad monetaria. Respetuosamente muchos economistas mencionaban nombres de banqueros centrales alemanes o británicos que habían defendido con éxito ese objetivo, y por supuesto, no faltaba una cita a la figura venerada durante sus casi veinte años al frente de la Reserva Federal, Allan Greenspan (figura finalmente des idealizada cuando tuvo que admitir el error de sus convicciones anti-regulatorias ante el Congreso de EEUU). En fin, mucha gente joven ha podido oír hablar de “inflación” a sus parientes o a la clase política, pero no ha experimentado la desagradable realidad de que $5 o €5 pierden capacidad de compra mientras permanecen en los bolsillos. Hasta ahora.