“Las entidades financieras podrían mostrar ficticiamente un mundo rentable y feliz. Por un tiempo al menos. En estas líneas explicamos cómo”.

Texto: Aristóbulo de Juan (Ex director general de Inspección del Banco de España) •

Aristóbulo de Juan, Pte. de Aristóbulo de Juan y Asociados S.L.
Aristóbulo de Juan

Érase una vez un sistema financiero que se mostraba con apariencia de buena salud. Todo el mundo sabía de la importancia de la banca para un país. Porque era el cauce del sistema de pagos y el transmisor de la política monetaria. Era también el depositario y administrador de los recursos ociosos del país y cauce de su adecuada asignación. Su buena salud era pues fundamental para la economía y para el empleo. Precisamente por su relevancia, la banca requería la existencia de un control oficial en forma de marco regulatorio, que asegurase su buena salud y su buen funcionamiento. Marco que suponía una responsabilidad pública, cosa que no siempre se reconocía. Debía estar integrado por tres pilares complementarios aplicados con voluntad política. Los pilares eran la normativa, la supervisión o inspección y el tratamiento de las situaciones de insolvencia. Todo ello complementado por las auditorías externas, cuyos informes públicos serían referente básico para el buen funcionamiento del mercado. Este marco debía asegurar un sistema financiero fuerte, es decir, “sano y seguro”, en terminología anglosajona. El enemigo de estos mecanismos era la falta de transparencia de numerosas entidades que podían enmascarar sus problemas, impidiendo así su tratamiento preventivo en tiempo oportuno. Por ello, las propias entidades podrían mostrarse ficticiamente como un mundo rentable y feliz. Por un tiempo al menos.

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