“Desenredar el sistema de fijación de precios es complicado. y la tentación populista del corto plazo y de aparentar lleva a errores que complican el problema”.

Fernando G. Urbaneja
Fernando González Urbaneja

Churchill dijo sobre Rusia (a una radio en octubre de 1939) que las acciones de Rusia son “un acertijo, envuelto en un misterio dentro de un enigma, pero quizá haya un clave. El interés nacional de Rusia”. Unas semanas antes Stalin y Hitler habían firmado el pacto de no agresión y de reparto de Polonia. La tesis de Churchill me sirve para no explicar la composición de los precios energéticos en la actualidad. De tanto complicarlo, intervenirlo, oscurecerlo… acabamos en un enigma que envuelve un misterio. Antón Costas recomendaba recientemente -entre las cinco prioridades de política económica- establecer un nuevo modelo de formación de precios eléctricos. En ello están la Comisión Europea, sin éxito por ahora, y todos los gobiernos que se ven incapaces de contener la escalada de precios energéticos que se filtra fatalmente a todo el sistema de costes y a la inflación, con efectos demoledores en la recuperación económica. Una nueva crisis que se superpone a la anterior antes de haberla superado.

¿Cuál es el precio real que pagan familias y empresas por cada kilovatio consumido? Sabemos que es una variable de amplio espectro que depende de cada contrato y cada revisión normativa, que llega a cada rato. El presidente de Endesa (y el de Iberdrola) dice que la compañía productora ha vendido a plazo toda su energía a razón de 60€ kilovatio a compañías comercializadoras. Luego, estas venden a sus clientes de muy distintas maneras, a precios fijos o variables, con revisiones periódicas y rangos que van de cien a trescientos. Al fondo queda el precio mayorista de la subasta horaria al pool, que es la referencia que fascina a los medios de comunicación y que es una realidad en sí misma pero no trasladable a todos los contratos, ni siquiera a la mitad, aunque sí al IPC. El sistema marginalista que fija el precio final por la última oferta aceptada, al margen del coste real, era eficaz en un modelo de razonable estabilidad (el de antes de septiembre del 21) pero no en esta situación, cuando el precio internacional del gas se multiplica por diez. Intervenir los precios y limitarlos es una tentación arbitrista. Poco útil porque opaca la señal del precio sin limitarlo. España ha limado el precio del gas para producir electricidad, pero es una verdad a medias ya que hay que pagar el gas al precio que marca el vendedor o el mercado.

Desenredar el sistema de fijación de precios (en muchos casos precios aparentes) es complicado; en ocasiones en vez de aclarar se oscurece. La tentación populista del corto plazo y de aparentar lleva a incurrir en errores que complican el problema. Tanto la industria como, sobre todo, los consumidores merecen disponer de mayores certidumbres sobre los costes energéticos que forman parten esencial de su forma de vivir y producir. A los gobiernos, responsables de buena parte de la oscuridad, corresponde desenmarañar, aclarar, ordenar y mitigar los efectos de una situación excepcional. Las expectativas energéticas a medio y largo plazo invitan al optimismo; habrá diversificación y abaratamiento; un mundo nuevo de oportunidades. Pero hay que acertar a transitar hasta ese nuevo mundo mejor.♦