La mitad de los habitantes de la Tierra siguieron los fastuosos funerales de Isabel II de Inglaterra. No era para menos. Aparte los fascinados por las cosas “del corazón”, debe entenderse que era, además, cabeza de la Commonwealth, heredera del Imperio, título nada honorífico: a su conjuro amasó una inmensa fortuna personal, cuyo monto se desconoce: ‘The Guardian’ la estimó en €211 millones en 2021, ‘The Sunday Times’ en €433 millones en mayo pasado y ‘Forbes’ en más de $262.000 millones de patrimonio neto. Suficiente para situarse entre los acaudalados del mundo, sí, pero ni 70 años de reinado dan para tanto. ¿Cómo se explica entonces? La clave es ‘La Firma’.

Los británicos invadieron y expoliaron vastos territorios en los cinco continentes desde el S. XVI hasta mediados del XX: 33,7 millones de km2 en 1880, en plena “era victoriana”, cumbre de su esplendor; al producirse la independencia de India en 1947, la cuarta parte del género humano eran leales súbditos de los Windsor, dominantes en la superestructura colonial. Familia que, conducida por la reina Isabel tras su coronación en 1952, continúa al frente de un conglomerado empresarial, potente motor económico del Reino Unido, valorado por algún cálculo en €27.750 millones. No extrañe: ¿para qué sirve la Commonwealth, si no? Una agrupación de ex colonias marcadas por el carácter anglosajón, con oficina principal en la City, que todavía considera, alguna a regañadientes, a la Monarquía británica su cabeza dirigente.

“Inglaterra consiguió convencer de que su imperio era decente, pero hoy se está conociendo el lado oscuro”, declaró recientemente Abdulrazak Gurnah, escritor nacido en Tanzania, Nobel de Literatura 2021. Palabras oportunas que evocan el sufrimiento de millones de personas, la rapiña de su riqueza, el desprecio de su humanidad y el expolio de sus bienes culturales, muchos de valor incalculable –los Mármoles del Partenón, la Piedra Rosetta o los Bronces de Benín– según demuestran las numerosas reclamaciones que recibe el Museo Británico; ni reclamantes ni expertos son optimistas: creen improbable la restitución porque no hay imperio que renuncie a los frutos de la depredación, a menos que pierda su naturaleza. Y aún no es el caso.♦