La crisis ucraniana exhuma realidades antes ocultas: la fragilidad europea ante retos imprevistos. Anclada en su autocomplaciente altivez, olvidó que sus valores emblemáticos, libertad y prosperidad, no son fruto de su solo esfuerzo; otros factores contribuyen a cimentarlos: su proximidad con África, principal fuente de materias primas que sustentan su bienestar económico y social. Relación quebrada por su miope imprecisión, al exigir “buena gobernanza” a las tiranías impuestas con la descolonización mientras vacila en prescindir de ellas y propiciar sistemas que garanticen desarrollo y dignidad para todos. En consecuencia, los autócratas encuentran aliados afines para seguir inamovibles, y los pueblos desconfían tras decenios de hueras promesas.

En este contexto de desapego de Occidente, la guerra de Putin suscita reacciones encontradas: consternación ante agresión similar al arbitrario reparto colonial decimonónico, e indignación ante el trato discriminatorio si quien huye de su país es blanco o negro. Pese al difícil dilema de ciertos nacionalistas -¿cómo apoyar al agresor?-, Rusia concita crecientes simpatías en ciudadanos y gobernantes, y extiende su influencia política, comercial y militar. Un tercio de los delegados africanos se abstuvo de condenar la invasión en Naciones Unidas en marzo. Los intereses rusos abarcan diversos sectores; sus empresas (Rosneft, Gazprom, Lukoil) operan en los principales países petroleros; otras invierten en minería. Con el acuerdo de asistencia militar suscrito con Camerún en abril, superan la veintena los Estados bajo amparo ruso, principal proveedor de armamento al continente, según el Instituto de Estudios para la Paz de Estocolmo. La expulsión del embajador francés en Malí o la retirada europea del conflicto yihadista saheliano confirman el resentimiento. Hueco ocupado por Rusia, que trasiega más pertrechos militares que durante la Guerra Fría.

Su volumen comercial con África dobló los 10.000 millones de euros de 2014, aunque inferior al de China, EEUU, Francia o Turquía. Resaltando la explotación colonial y neocolonial de Occidente, Moscú equipara su penetración a la “desinteresada” ayuda al desarrollo y apoyo a los movimientos emancipadores del período soviético. Idealización distante del actual empeño, diseñado en la cumbre ruso-africana de 2019, cuya segunda edición preparan.♦