Durante el último siglo y medio, Europa y América del Norte, principales forjadores del mundo actual, imbuyeron a la Humanidad una serie de paradigmas, considerados inmutables, que aparecen ahora como quimeras engañosas, útiles para medrar. ¿Quién imaginó años atrás a gente biempensante conceptuada ‘de derechas’ –por usar un estereotipo arraigado– reivindicando en la calle el derecho a la vida o la libertad de expresión? ¿Qué míseros países africanos serían capaces de expulsar al todopoderoso representante de su antigua potencia dominadora? ¿Qué partidos e ideologías emblemáticos terminarían en la absoluta irrelevancia, como el socialismo francés? Convendría reflexionar sobre realidades como las enunciadas.

Los descendientes de Atahualpa, último caudillo incaico; los bantú del África ecuatorial o cualquier vástago de la miríada de mongoles engendrados por su fogoso caudillo, Gengis Kan, se encuentran atónitos ante el espectáculo: casi cada decenio, los europeos cambian de criterio y de prioridades, y pretenden arrastrar al resto del género humano a secundar la nueva ocurrencia, no importa de qué se trate. Discurso contradictorio, a menudo poco edificante, que anula el contenido de determinados mensajes. ¿Quién tomará en serio la cruzada contra la corrupción cuando están en prisión eurodiputados y otros prominentes políticos del ‘primer mundo’ pillados con las manos en la masa? ¿Quién creerá en el cacareado ‘Humanismo’ si muestran a diario que los derechos humanos son selectivos, dependiendo de la raza y, ante todo, de la faltriquera? Clama al Cielo que la Justicia impida detener a torturadores y ladrones convictos. Clama al Cielo que sedicentes ‘demócratas’ sostengan sin tapujos sistemas represivos y cleptómanos. Clama al Cielo el doble rasero aplicado por próceres poderosos, paladines de derechos y libertades en Europa, negreros en África; y ciegos, o cómplices, ante abusos palmarios en Asia y América Latina.

Relativismo moral que socava valores proclamados como emblemáticos de la Civilización que más ha contribuido a forjar nuestro mundo, para bien o para mal. Soberbia y prepotencia seculares velan la viga en el propio ojo. ¿Deben seguir los demás pueblos la estela del conflicto innecesario? Ni es lógico, ni es razonable.♦