El desprecio del Gobierno por las formas y procedimientos que él impone a los restantes actores del mercado resulta insultante ¿Y qué hace la CNMV?

Fernando G. Urbaneja
Fernando González Urbaneja

El gobierno, la Moncloa, ha impuesto un relevo en la presidencia de Indra, una compañía cotizada de la que el Estado controla un 19%, sin explicaciones ni justificación más allá de que al presidente le vencía el mandato de consejero en breve. Una excusa demasiado débil que lleva a pensar que se trata de un ejercicio de autoridad, de ocupación de espacios de influencia por razones partidistas y clientelares. El hecho es llamativo, y tanto o más son las formas con las que ha procedido, que acreditan falta de respeto a los criterios de buen gobierno y arrogancia. Actitud propia de sistemas autoritarios con políticos determinados a hacer lo que les viene en gana sin someterse a criterios de contención y de dar explicaciones. En el caso de Indra hay otro elemento preocupante que tiene que ver con la mala gestión de los conflictos de intereses, que es otro de los pecados capitales que trata de evitar el buen gobierno corporativo. El argumento final para justificar el relevo en la presidencia ha sido que el gobierno (Defensa) es el principal cliente de la compañía, de manera que hay que estar a bien con el cliente y satisfacer sus demandas, no vaya a ser que cancele pedidos. Lo dicen tan campantes, sin conciencia del exceso, lo cual inquietante en doble grado ya que avala la tesis de que no se trata de un decisión excepcional y no repetible.

Lo que el caso Indra revela es ausencia de contención y desdén por el mercado y el resto de accionistas de Indra, donde hay inversores estables implicados, fondos de inversión global profesionales y accionistas minoritarios no implicados en la gestión pero que han confiado en ella. Si el gobierno quería relevar al presidente de Indra por razones que nadie ha explicado podía haber, al menos, guardado las formas, iniciando conversaciones con los accionistas relevantes y sobre todo con el consejo de administración a cuya comisión de “nombramientos y retribuciones” corresponde la responsabilidad de proponer candidatos para gestionar la compañía. Nada de eso han hecho por arrogancia, porque se sienten con derecho a hacer lo que les viene en gana.

El consejo de Indra se ha sometido, no son estos tiempos para resistencias heroicas, pero no de buen grado ni sin explicitar que no son maneras, que obedecen al accionista-cliente, pero con derecho al pataleo y la discrepancia. Los consejeros independientes han ejercido como tales y han obligado a los arrogantes a cumplir con los requisitos preceptivos. Y cumplidos los requisitos el consejo acordó aceptar la propuesta de relevar al presidente, pero limitando los poderes del nuevo a un papel representativo. ¿Gana valor la compañía tras estas peripecias? Es evidente que no, no se trata de un resultado ganador tras la polémica. El nuevo presidente entra en la compañía capi disminuido, el consejo irritado, los accionistas decepcionados, los empleados inquietos y los clientes más. Y todo, ¿para qué?: ¿para colocar a un correligionario… para hacer un favor a alguien? O quizá para demostrar quien manda aquí, un ejercicio de arbitrariedad que no puede acabar bien. De estos polvos vienen luego los lodos.♦