Cuando Unión Europea y Unión Africana preparan su próxima cumbre, llegan, por fin, buenas noticias que suavizarán enconos de siglos. El 25 de mayo Alemania reconoció por primera vez el “genocidio” perpetrado contra los pueblos herero y nama, en Namibia, entre 1884 y 1915. Simultáneamente, el presidente Emmanuel Macron asumía en Kigali la “responsabilidad abrumadora” de Francia en la purga étnica ruandesa en 1994.
Decisiones de indudable valentía política tras años de arduas negociaciones, destinadas a desbrozar la senda hacia la necesaria convergencia euroafricana, continentes próximos y complementarios, separados por concertinas erizadas de prejuicios y estereotipos. Sólo la prepotencia cimentaba la tenaz resistencia germana a aceptar su culpa por las frías matanzas ejecutadas por sus colonos, que confinaron en el desierto de Kalahari y asesinaron a paliza y hambre a 100.000 personas que defendían sus tierras, primer genocidio del S. XX; los herero constituían el 40% de la población local en 1904; hoy, apenas rozan el 7%. Parecida soberbia empecinó a Francia en sus yerros, pese a las abundantes pruebas que señalaron al presidente Mitterrand y demás ejecutores de la “Operación Turquesa” como cómplices de la espeluznante crueldad que masacró a más de 800.000 ruandeses, “errores” aceptados por la Asamblea Nacional y Nicolas Sarkozy. El informe encargado al historiador Vincent Duclert, publicado en marzo, ratifica el intenso apoyo militar otorgado al régimen genocida, la protección a sus esbirros y el silencio posterior.
Hechos que menoscaban la dignidad del africano y enturbian las relaciones. Para Alfred Hengari, portavoz del Gobierno de Windhoek, es un “primer paso en la dirección correcta”; Berlín no habla de “indemnización”, pero Namibia recibirá €1.100 mns “en reconocimiento del inconmensurable sufrimiento infligido a víctimas y descendientes”, explicó Heiko Maas, ministro de Exteriores. Tampoco París se excusó de modo explícito, aunque manifiesta su “deuda” con los damnificados. El Vaticano ya expresó arrepentimiento por “los pecados” de la Iglesia y sus miembros, como Bélgica, antigua potencia colonial. “Pedir perdón es cuanto esperamos de Francia”, exige Egide Nkuranga, dirigente del principal grupo de supervivientes del drama ruandés. ¿Cundirá el ejemplo?♦