No hubo un claro ganador pero Alemania sale fortalecida. Sin acusaciones de fraude, sin recusaciones… Habrá un gran pacto. Una política interior y una política europea.

Luis Alcaide
Luis Alcaide

Las elecciones alemanas no han tenido un claro ganador pero Alemania ha salido fortalecida. Habrá un gran pacto. Una política interior y una política europea. La envidiable estabilidad de los últimos 18 años no está comprometida. “El destino de Europa y el de Alemania –afirmaba Raymond Aron– van juntos”. Gaullistas y conservadores británicos nunca estuvieron convencidos de la reunificación alemana propuesta por Kohl en 1990. Pensaban que Dos Alemanias, una comunista y otra occidental, eran el mejor antídoto para evitar la reconstrucción del Reich. Françoise Mauriac expresaba su amor a Alemania afirmando que era tanto que “prefería Dos en lugar de Una”. Los colaboradores de Thatcher en aquel 1990 describían al pueblo alemán como “angustiado, agresivo, imperativo y sentimentalmente acomplejado”. El gobierno socialista español de Felipe González, por el contrario, mostró su entusiasta aprobación a la propuesta de Kohl. Una Alemania unificada podía desprenderse del Deutsche mark y proponer una moneda europea… Elecciones del 26 de septiembre, sin ningún partido claramente vencedor. Y sin acusaciones de fraude, ni recusaciones del adversario, y sin indicios de aproximación a la extrema derecha o a la casi desaparecida extrema izquierda. ¡Que diferencia con la reacción de los seguidores de Trump y, de algún modo, al antagonismo de la oposición española frente al gobierno de Sánchez!

Alemania y la gobernabilidad como divisa. Aceptación sin cortapisas de un posible candidato socialdemócrata, Olaf Scholz, ministro de Finanzas con Merkel y vencedor en los debates televisivos frente al candidato conservador Armin Laschet. Scholz ha sido un excelente gestor de la economía alemana y un comprometido europeísta a la hora de defender la mutualización de la deuda para relanzar una Europa azotada por una pandemia agresiva. Será un canciller más determinado a invertir y restaurar las infraestructuras obsoletas que a preocuparse exclusivamente del equilibrio de las cuentas públicas. Y con una apuesta firme por la transición a las energías verdes. Porque la apuesta de Merkel por el cierre de las nucleares no acaba de resolver la alta participación del carbón, que hace de Alemania el gran contaminador europeo.

La descarbonización pretende conseguir en 2045 la neutralidad ambiental, sin embargo los costes de la transición no dejan de ser un riesgo de desestabilización en una economía muy orientada a la exportación y de difícil reconversión inmediata. Los intereses vigentes y el rechazo al riesgo se reflejan en la distribución de los votantes. El 45% de los menores de 25 años han apostado por verdes y liberales. La aversión al riesgo se ha materializado democráticamente en ese 57,8% de adhesión a los grandes partidos mostrada por los mayores de 50 años. Merkel, sostiene Ian Bremmer en Time, “Ha reforzado la unidad europea demostrando que un compromiso es siempre posible y el mejor amigo para impedir una crisis, un legado que merece celebrarse”. Nada hace pensar que un canciller socialdemócrata podría poner en duda las palabras de Raimon Aron. “El destino de Europa y el de Alemania van juntos”.♦