Las lenguas evolucionan, se transforman, se mezclan, desaparecen o resurgen para lograr mayor interacción entre la gente. La soterrada pugna actual entre las más habladas en el mundo globalizado suscita cuestiones de interés: ¿Caminamos hacia una única habla en esta Tierra interconectada? John McWhorter, profesor de Lingüística en Columbia, no considera casual que la bíblica Torre de Babel presente el plurilingüismo como una maldición divina. Antigua y constante es la aspiración de suprimir esa barrera aislacionista y dotar a la Humanidad de un idioma común que allane la comunicación. El intento más logrado es el esperanto. Ocurrencia del polaco Ludwik Lejzer Zamenhof en 1887, perseguido por Hitler, reprimido en el Japón imperialista y acusado por Stalin de “jerga de espías”. Sólo pudo expandirse tras la IIGM; hoy le atribuyen unos dos millones de hablantes, tiene su academia, se estudia en numerosas universidades, pero no logra consolidarse como idioma universal.

Expertos aseguran que en este siglo desaparecerán el 90% de las lenguas actuales; quizá pervivan 600 de las 6.000 existentes ahora en nuestro Planeta; el resto se extinguirán o quedarán reducidas a idiomas ancestrales, materia para eruditos, como latín, griego o egipcio clásicos. Se conocen las causas: “la civilización sólo promueve la destrucción de otras lenguas”, señala McWhorter. Un tercio de la población mundial ya se expresa en inglés, cuya expansión facilita la interrelación humana. Si muchos consideran el chino la futura lengua global por su número de hablantes y el creciente poderío de su nación, tiene en contra su complejidad, su difícil aprendizaje. “Si China llega a liderar el mundo, probablemente lo haga en inglés”, vaticina en reciente artículo en ‘The Wall Street Journal’.

Asusta la idea de uniformar toda forma de expresión, el aniquilamiento de la diversidad cultural, senda irreversible hacia el pensamiento único. Pero no se muestra catastrofista: reconoce la insatisfacción ante la generalizada pérdida de identidad, y según aduce, el previsible dominio del inglés no es lo ideal, pero tampoco el final de la variedad lingüística: percibe un mundo con menos idiomas, pero más sencillos en su forma hablada.♦