Diáspora africana y demás minorías raciales, religiosas y culturales padecen el inusitado auge de las actitudes excluyentes en Occidente. Las constata el Ministerio de Igualdad cuando expresa “su preocupación ante el incremento de los incidentes de discriminación, rechazo y odio contra determinados grupos étnicos o raciales”. Deriva inquietante en toda mente racional, no sólo para las personas concernidas. Parecería diluida la consciencia del indecible padecimiento que ha asolado este Planeta, la violencia desatada tras la victoria del nazismo en 1933, la vileza degradante durante la IIGM… Algunos conservan la memoria y advierten del peligro; idean fórmulas que nos libren del horror, urgen la prevalencia de nuestra condición humana e invocan la sensibilidad para restablecer la convivencia en esta Tierra diversa y plural.

Variados son argumentos y propuestas. Atractivo el breve ensayo del sociólogo Saúl Velasco Cruz (Universidad Pedagógica de México), quien en 2007 señaló tres fórmulas para combatir el racismo: tolerancia como principio, leyes antidiscriminatorias y educación como antídoto del nacionalismo exacerbado. Fenómenos “de largo aliento”. Desde similares premisas, el Consejo Español para la Eliminación de la Discriminación Racial diseñó en abril pasado actuaciones para atajar esta otra pandemia, que expande la actual crisis sanitaria, social y económica: evitar la estigmatización de grupos humanos; frenar la difusión de bulos y arengas de odio; garantizar trato igualitario en las Administraciones Públicas, excluyendo origen racial, étnico o situación administrativa; fomentar la solidaridad antirracista y denunciar todo acto discriminatorio. En 2014, la Comisión Europea constató el trato desigual a negros en países donde residen desde décadas: “a menudo viven de manera desproporcionada en áreas socialmente desfavorecidas y son objeto de controles y registros con mayor frecuencia que la población blanca”. Recomendó establecer buenas relaciones entre Policía y minorías y abolir los perfiles raciales.

Desde 2008, el artista urbano Pier Paolo Spinazzi, “Cibo” (‘comida’ en italiano), combate odio y vandalismo convirtiendo en apetecibles alimentos los grafitis intolerantes: “somos lo que comemos”, dice. Muros y paredes de Verona lucen fresas y pasteles de aerosol, no esvásticas ni pintadas denigrantes.♦