Mejor dinamitar la Tierra y acabar con todo», pregona un joven inglés, ni loco ni terrorista: es adepto del antinatalismo. Su doctrina propugna la extinción del género humano por supuestas razones éticas, morales, políticas y demográficas esbozadas en la Grecia clásica. Tesis del pensamiento del filósofo Arthur Schopenhauer, introductor en Europa del ideario budista del nirvana, serenidad absoluta que anula la voluntad de vivir, popularizada por epígonos eminentes: Gustave Flaubert, Emil Cioran… Si el economista Thomas Malthus advirtió sobre los riesgos del crecimiento poblacional incontrolado ante los limitados recursos del Planeta, el antinatalismo –formulado por Théophile de Giraud en libro de título provocativo- opta por la desaparición. Algunos apóstoles proponen el control demográfico mediante la selección del «ser óptimo», capaz de culminar objetivos socioeconómicos y estratégicos programados. «Es un error traer nuevos seres humanos al mundo», proclama David Benatar, profesor en la Universidad de Ciudad del Cabo (Sudáfrica). Este nihilista considera tan «terrible» la vida que no merece ser vivida; como dolor y sufrimiento son perversidades intrínsecas, «arrojarnos a la existencia no es beneficio, sino maldad», aduce. Nutridos grupos amplifican tales mensajes en redes sociales.

Consecuencias: viral la insólita demanda del joven indio que en 2019 denunció a sus progenitores por traerle al mundo «sin su consentimiento» y exige ser indemnizado «por vivir». «No hagas nada por tus padres si no quieres», recalca en vídeos que siguen entusiastas prosélitos; también su madre, «orgullosa» de su «valentía» e «independencia» por equiparar nacimiento y esclavitud y reducir el don de la vida a mera concupiscencia. «No vivo mal, pero preferiría no haber nacido», apostillan blogueros y youtubers del movimiento India Sin Niños; exhortan a parejas infértiles a «no sentirse incompletos», porque «es sexy» no tener hijos.

Efectos: inusitada quiebra del afecto, notable proliferación de adolescentes irritados, desafiantes y agresores, reacios a toda responsabilidad. Acusan a sus deudos por bagatelas antes resueltas por padres investidos de autoridad. Drama social padecido por familias normalizadas y desestructuradas, agudizado por el confinamiento, informa la Sociedad Española para el Estudio de la Violencia Filio-Parental.♦