“Un chute de inflación iría bien a los muy endeudados; pero también puede ser letal para cuantos tienen pocas posibilidades para protegerse”.

Fernando G. Urbaneja
Fernando González Urbaneja

Tras varios años durante los que la inflación dejó de ser motivo de preocupación, el año 2022 amanece con la preocupación creciente por la evolución de los precios y sus efectos en las políticas monetarias desplegadas por los bancos centrales. A comienzos del 2021 los gobernadores de los bancos centrales no tenían en sus agendas otra inquietud respecto a los precios que la de que no crecían. Algunos analistas advertían de los riesgos de una deflación, escenario poco conocido, poco investigado y sobre el que la caja de herramientas para abordarlo estaba corta de material e ideas. Mediado el pasado año los precios de las materias primas, especialmente del petróleo y el gas entraron en la agenda con una carga geopolítica que complicaba las predicciones. Conflictos regionales en las fronteras de Rusia, de Argelia-Marruecos o en el Golfo Arábigo impulsaron una subida de los precios energéticos que han afectado de forma inmediata en los costes de la industria y de las economías familiares.

El riesgo de inflación volvió a las agendas. Durante el verano la impresión dominante de los gestores económicos, fundamentalmente de los bancos centrales, era que se trataba de un fenómeno pasajero, estacional, que se neutralizaría en pocos meses. Para algunos, que los IPC superaran el 2% considerado objetivo de referencia, era un dato poco preocupante. Durante la década del 2010-20 solo el bienio 2011-12 registró tasas superiores al 2%, y cuatro años fue negativa. Pero a finales del 2021 la inflación ha vuelto a la agenda precisamente cuando la recuperación de las economías, tras el imprevisible impacto de la pandemia tanto en la oferta como en la demanda, no está consolidada. Y precisamente cuando el despliegue del pacto verde para afrontar el cambio climático empieza a reclamar inversiones billonarias y decisiones arriesgadas sobre el futro de los combustibles fósiles, principal y tradicional fuente de energía cuyo desmontaje requiere políticas muy coordinadas y efectivas.

Los bancos centrales han colocado la inflación entre sus prioridades, tanto como la recuperación. La FED ya ha reconocido que habrá cambios en su estrategia monetaria, que habrá pronto retirada de estímulos y sucesivas subidas de los tipos de interés. Los mercados financieros ya han tomado nota y anticipan decisiones preventivas ante los cambios que se avecinan. El BCE traslada menos urgencia a la hora de reducir estímulos, aunque es obvio que lo harán antes de que acabe el año. Y otros bancos centrales de menor calado se muestran más beligerantes para proteger su estabilidad. Un chute de inflación iría bien a los muy endeudados; pero también puede ser letal para cuantos tienen pocas posibilidades para protegerse de la depreciación. Este año vamos a oír hablar mucho de inflación, de anticiparse, de reivindicar salarios que eviten pérdidas de capacidad adquisitiva y de introducir en los convenios cláusulas de actualización automática de rentas. Todo ello sin entrar en los detalles del repunte de la inflación. En lo que tiene de mayores costes energéticos que conviene no repercutir en vena a todo el proceso productivo por lo que tiene de efectos de segunda ronda y de consecuencias peligrosas, por imprevisibles.♦