Divergencias seculares, desencuentros enquistados alejan África de Europa: menor confianza política mutua, retracción de la interacción económica, merma de la influencia moral… Las causas apenas se analizan con rigor en el Viejo Continente, anclado en su prepotente retórica como si nada estuviese sucediendo. Pero son tiempos de reconfiguración del sistema económico y político internacional, emergen nuevos liderazgos con su lógica secuela: desestabilización del equilibrio diseñado en 1945 con la derrota del fascismo y del orden consagrado tras el colapso soviético en 1991. A tres décadas del fin de la Guerra Fría, renacen amenazantes tensiones que subrayan la artificiosa euforia de engendros denominados ‘mundialismo’, ‘multiculturalismo’ y ‘globalización’.

De tal ficción surgen las preocupantes realidades actuales. Se produjo cierta extensión -limitadísima- del mapa de la libertad con la abolición del segregacionismo institucional en Sudáfrica; la teórica reprobación universal de dictaduras; sensibilización por los derechos fundamentales y el ecologismo; las nuevas tecnologías acercaron países y personas. Se soslayaron preocupaciones también básicas: primaron la libre circulación de bienes mientras reprimen la movilidad de determinadas personas; se pretendió “uniformar” en “blanco” a la humanidad, olvidando su diversidad étnica y cultural; demasiadas promesas incumplidas sobre erradicación de la miseria, y la consiguiente expansión de las desigualdades entre naciones, sociedades y personas; fomentaron la insolidaridad, derivada en incremento del ideario racista y xenófobo, pretexto del resurgir de nacionalismos excluyentes y partidos totalitarios de signos contrapuestos.

Cuestionarán la tesis los enaltecedores del propio ombligo; pero una mera ojeada al escenario geopolítico identifica a los beneficiarios -¿o inductores?- del confuso panorama actual: China y Rusia, naciones más modestas a principios del milenio, hoy temidas gracias a su alianza económica, política y ya militar con importantes productores africanos de materias primas. Tejida con discreta astucia, Europa la oteaba desde una desdeñosa condescendencia; no supo escuchar las reiteradas exigencias de libertad y prosperidad de sus excolonias, aliados naturales por proximidad, historia, lengua y cultura. Éste es el resultado.♦