Antes, se enseñaba a ‘respetar a los mayores en edad, dignidad y gobierno’, y, en el mundo católico, el Sumo Pontífice encabezaba la jerarquía. Cambiaron las costumbres en este medio siglo, y tal precepto quedó en antigualla, arrumbada por nuevas concepciones igualitaristas que arramblan hasta con la sensatez. Vivimos tiempos de iconoclasia tan exacerbada que a menudo desaparece la línea entre lo correcto y lo ridículo. Desdeñados principios, símbolos y valores, ya nada importa, nadie es nadie.

El propio Papa lo contó en mayo pasado: en una audiencia general en el Vaticano, una mujer, muy bienintencionada, le pidió bendición para ‘su niño’, que resultó ser su perro. No era la primera vez. “No tuve paciencia y la regañé: ‘Señora, hay muchos niños con hambre ¿y usted con un perrito?’” Criticó a quienes prefieren tener perros o gatos antes que hijos, y lamentó que traer niños al mundo ‘se percibe como una carga sobre las familias, condicionando la mentalidad de las jóvenes generaciones, que crecen en la incertidumbre, cuando no en la desilusión y el miedo’. Los nacimientos -dijo- son el principal indicador para medir la esperanza de un pueblo: ‘si nacen pocos, hay poca esperanza. Y no sólo tiene un impacto económico y social, sino mina la confianza en el futuro’. ‘Éstas son anécdotas del presente; si las cosas siguen así, será la costumbre del futuro; tengamos cuidado’, señaló.

Los denuestos abarrotan redes sociales y demás espacios de expresión pública. Con independencia del credo profesado y desde el más absoluto respeto a la opinión ajena, ¿es razonable vituperar a un líder espiritual por censurar el ‘egoísmo’ de ciertas conductas que miman a un animal y desdeñan a las personas, mujer, hombre, niño o mayor? Paradoja que alucina a más de uno, pues el mayor choque cultural actual entre africanos y occidentales es la sobreprotección de que gozan los animales, frente a la notable banalización de la vida humana. Aunque lleva el nombre del Santo de Asís, “hermano” del lobo, no parece razonable exigir al Papa Francisco la equiparación moral de niños y perros otorgándoles la misma consideración con su bendición apostólica. Las cosas en su sitio.♦