Es obvio que el sistema demoliberal, modelo de convivencia en los dos últimos siglos, está en crisis. Se demuestra así cuanto algunos predijimos: la globalización es un espejismo cuando no prioriza la interacción humana. ¿Cómo concebir un mundo en el cénit del desarrollo tecnológico, donde capitales y mercancías circulan con fluidez, el flujo informativo es constante e inmediato, pero dos tercios de sus moradores viven peor que antes del colapso soviético y restringen sus movimientos? Tal diseño no podía generar sino frustración y encono, señuelo de demagogos y demás iluminados para inocular aparentes ideas liberadoras que agazapan ambiciones monstruosas. Igual que los totalitarismos surgidos tras la engañosa paz de 1918, euforia rebajada por otra crisis económica, en 1929. No parece que las actuales generaciones conozcan la lección. ¿Habrá que padecer otra guerra devastadora, como en 1939-1945, para superar el desafío? Incierto el resultado final al año de su inicio, la guerra de Ucrania contra su invasor ruso ensombrece el panorama.

Esparcieron alegres mensajes tras la caída del Muro de Berlín, sin ver una de sus claras secuelas: el cuestionado papel de los partidos políticos, limadas las aristas ideológicas y vaciadas de contenido muchas de sus razones de existir. Hoy, la gente común no comparte determinados postulados obsoletos del ideario tradicional, una vez alcanzadas las principales reivindicaciones y logradas cotas de bienestar utópicas siglo y medio atrás; de ahí el creciente desapego entre políticos y ciudadanos. Se palpa, en la mayoría de los países, un divorcio entre la urgencia de la población por ver resueltos sus problemas cotidianos y las propuestas de gobernantes y aspirantes. Ya ni satisface ni ilusiona la retórica política. Ejemplos prístinos: renovadas convulsiones en Latinoamérica, la imparable ‘revolución de las conciencias’ en Irán o el exiguo 11,22% de participación en los comicios de julio pasado en Túnez, la tasa más baja conocida.

Si los partidos son un ‘mal necesario’, la desideologización progresiva obliga a replantear su misión en el futuro. Y en estos tiempos de zozobra, en tránsito hacia lo desconocido, resulta notable la ausencia de ideas y la falta de liderazgo.♦