“Las exportaciones de junio cayeron un 9% frente a las de junio de 2019 y propiciaron una balanza comercial positiva pese al desolador desequilibrio con China”.

Luis Alcaide
Luis Alcaide

Los rebrotes y extensión del virus en el espacio Atlántico están frenando el optimismo despertado por las cifras del comercio exterior del segundo trimestre. El comercio mundial, según la analista holandesa Cpb creció en volumen un 7,6% en junio respecto a mayo, el mayor incremento desde enero del año 2000. La producción industrial, también según Cpb, se incrementó en un 4,8% entre mayo y junio después de cuatro meses de caída. Estas mejoras en la producción industrial y en el comercio fueron más intensas en los países desarrollados, con la eurozona marcando la primera posición. Ian Golding, profesor de Oxford, afirmaba en el FT que “el Covid 19 no matará la globalización”.

A medida que las empresas y los ciudadanos se abrazan a la comunicación on line, las fronteras devienen menos relevantes a la vez que la carrera por desarrollar una vacuna estimula una colaboración internacional sin precedentes. Las cadenas de suministros, que ya venían experimentando una reconversión derivada del desarrollo de la inteligencia artificial y la robótica, están alterando los procesos de automatización. Y el coste de la mano de obra, ante las exigencias de la especialización y de la atención más próxima y rápida con la clientela. El combate entre proteccionismos nacionalistas e innovaciones tecnológicas se inclinará, como ocurrió en el pasado, y recientemente en los antiguos feudos comunistas, en favor de los amigos del comercio y el progreso.

El valor de las exportaciones españolas en junio fue inferior en un 9,2% al de junio de 2019 pero superaron en un 29,3% a las del mes de mayo a la vez que también eran superiores a las de los tres meses precedentes, marzo incluido. Coincide esta recuperación con un descenso, aún más acentuado, de las importaciones. En los dos últimos meses –mayo y junio– los registros entre exportaciones e importaciones marcan un signo positivo. La tasa de cobertura supera en este segundo trimestre el 100%. El precio del petróleo ha influido, sin duda, pero lo que ha resultado decisivo es una reorientación de la demanda nacional hacia la producción propia. Una corrección de lo que los economistas bautizan como propensión marginal de la economía española por la importación. Un incremento de una unidad de producción propia requería algo más de una unidad de importaciones. En resumen, una balanza comercial en positivo que alivia los menores ingresos del turismo y permite mantener un superávit de nuestra cuenta corriente con el resto del mundo. Solvencia garantizada frente a nuestros acreedores.

El número de exportadores regulares, aquellos que lo han hecho en los tres años precedentes, se ha contabilizado en 49.192, un colectivo similar al del mismo periodo de 2019. El comercio con la UE y la eurozona repite nuestro superávit a la vez que se recorta el déficit con los países no comunitarios. Queda todavía, y ya veremos hasta cuando, ese desolador desequilibrio con China. Hoy en día es nuestro segundo proveedor, por delante de Francia, solo superado por Alemania, mientras nuestras ventas apenas representan un tercio de lo que enviamos a Portugal.♦