“Los ciudadanos de los países occidentales somos reacios a aceptar los sacrificios que suponen las ayudas a Ucrania o la lucha contra el cambio climático”.
Dos estaciones de recreo, una en Egipto, a orillas del mar Rojo, Sharm El Sheikh, otra en la isla indonesia de Bali, acogen la conferencia sobre el clima COP27 y al grupo del G20, las naciones más influyentes del planeta. El COP27 avanza soluciones para que los peligros de la contaminación permitan a los seres humanos vivir en el mundo que conocen. El presidente de Indonesia, el cuarto país más poblado de la tierra, Joko Widodo, un ciudadano de humilde origen, afirma su gran preocupación por la escalada de la tensión internacional. Congoja en la que participa el presidente de la Organización Mundial de Comercio (WTO), Ngozy Okonjo, que alerta sobre la ruptura de las relaciones internacionales causadas por la guerra de Ucrania. Un mundo dividido y quizás un adiós a la globalización.
Retos catastróficos a la vez que se propaga la fatiga entre los ciudadanos de los países occidentales, reacios a aceptar los sacrificios que suponen las ayudas a Ucrania y que exige el cambio climático. Una ciudadanía poco dispuesta abandonar sus codiciados caprichos del automóvil de gasolina, el aire acondicionado o la calefacción. Una ciudadanía que reclama precios más baratos de la energía aunque sea a costa de los combustibles fósiles. Ajena a los desastres ambientales de las inundaciones de Pakistán y la sequía en el cuerno de África. Son episodios puntuales o lejanos, como tantas veces han venido sucediendo a lo largo de la historia. Un eficaz mensaje populista manejado por Trump y Bolsonaro e incluso por la presidenta de la Comunidad de Madrid.
Martin Wolf escribe en su tribuna: “la prioridad de la COP27 no es otra que garantizar la continuidad de la vida en este planeta”, incluso la de quienes argumentan que el propósito de limitar el incremento de 1,5 grados centígrados de temperatura por encima de los niveles preindustriales ha dejado de ser realista. Las enormes cantidades de carbono ya instaladas en la atmósfera encarecerán la factura de los sacrificios a la hora de retirarlas cuando sea la única solución. No obstante, las perspectivas reales de conseguir la descarbonización y la descontaminación atmosférica en el próximo medio siglo resultan más que comprometidas. El incremento de las emisiones en China e India, así como de las economías emergentes es ya una realidad. La única solución prevista por la Energy Transition Commission no es otra que una gigantesca inversión en las nuevas formas de energías limpias junto a una sustancial contribución financiera a favor de los países emergentes. Los mercados de deuda nunca aceptarán financiar a esas economías si no existe una sólida garantía. Solidaridad bilateral con el Tercer Mundo o a través de las instituciones internacionales. Frente a ellos, alarmas domésticas por el coste de la energía y la gran incertidumbre de un futuro que destruya el bienestar presente. Ya hace siglos que un poeta español, D. Luis de Góngora, nos decía aquello de… “ande yo caliente, y ríase la gente”.♦