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En españa la productividad muestra un fuerte decrecimiento desde los años 90 así que es comprensible que vivamos en un periodo de grave pesimismo, en el que muchos de nuestros jóvenes tienen pocas expectativas de mejorar la vida que han tenido sus padres

HACE UN PAR DE MESES, Luis Garicano nos decía en El Mundo: “España ha perdido el pulso reformista. En nuestra historia reciente ha habido tres momentos de reformas económicas claves que llevan a un gran despegue. La primera, en 1959, cuando el dictador se vuelve hacia los reformistas y abre la economía. España alcanza entonces el mayor crecimiento mundial, por encima de Corea. El segundo momento es con el Gobierno de Felipe González de la mano de Miguel Boyer con, por ejemplo, la liberalización del mercado de los alquileres, y también de la mano de Carlos Solchaga, con consecuencias también de fuerte crecimiento. Y el tercero, el de José María Aznar en 1996, que pasa por todas las privatizaciones”.

Son, efectivamente, tres momentos brillantes de la economía española, que prometían una consolidación definitiva de España en el concierto de las naciones más desarrolladas.


El Plan del 59, las reformas de Boyer y Solchaga en los 80, Aznar en los 90… Tres impulsos reformistas que lanzaron el crecimiento.


¿Sólo de la Economía? La verdad es que muy raramente la economía no va de la mano de la apertura de ciertas libertades, como la propiedad privada, la protección al ahorro, la libertad de empresa, y una buena gestión de las políticas de signo económico a cargo del gobierno: por ejemplo, la política monetaria y fiscal y la asistencia pública.

EL OPTIMISMO PERDIDO
Todo esto se resume en un extenso apoyo de la sociedad, o si se prefiere, un consenso social, para votar y apoyar gobiernos que creen y sostengan instituciones que favorezcan el crecimiento económico, la integración en los mercados mundiales, y tracen un camino de larga distancia que permita a los más jóvenes prever que tendrán mejor vida que sus predecesores. Como decía Newton, “uno no crea de la nada, sino porque va sobre los hombros de un gigante que es la encarnación de nuestros ancestros”.

Es claro que vivimos un periodo de grave pesimismo, con la conciencia generalizada de que nuestros jóvenes no tienen expectativas de mejorar su trabajo y su vida, comparándola con la que han gozado sus padres.

Este optimismo perdido sí lo hubo en torno a las fechas clave mencionadas por Luis Garicano, que demuestran que lo menos significativo es el signo político del gobierno –mientras sea económicamente inclusivo–; lo importante es que la gran mayoría apoye un cuerpo de instituciones de este tipo, y que el gobierno no extraiga, mediante los impuestos y la deuda, una carga fiscal que supondría depauperar con el tiempo a los agentes más productivos.

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