“Nuestra situación exige acotar el déficit a la mayor brevedad. No tanto porque lo prescriba Bruselas cuanto por la eventualidad de que lo imponga a la fuerza el mercado”

JP Marín Arrese, economista
JP Marín Arrese

Existe consenso en considerar que el endeudamiento ha experimentado un vertiginoso incremento en los últimos años. El fenómeno ha cobrado cuerpo en las últimas décadas al superar de forma creciente el volumen global de crédito a la economía real. Una tendencia acentuada por las sucesivas crisis que hemos padecido. Con la diferencia apreciable que, si el apalancamiento privado se ha esforzado en moderarse tras el batacazo financiero, los pasivos públicos deambulan ahora por las nubes.

Constituye un peligro real este pesado fardo en los balances? A primera vista, no parece lo más recomendable legar tan abultada carga pendiente de pago a quienes hereden tales compromisos. Con todo, mientras exista abundancia de liquidez y acusada apetencia por acumular activos financieros, la sostenibilidad de la deuda queda, en principio, garantizada salvo que surjan dudas sobre la capacidad de atender puntualmente los pagos. Todo depende, en última instancia, del grado de confianza que depositen los inversores. Sentimiento que, lejos de guiarse por criterios prudenciales y objetivos, parece escapar a cualquier asomo de racionalidad. La última gran crisis financiera evidenció hasta qué punto se confió ciegamente en falsas seguridades.

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