“La actualidad discurre de sobresalto en sobresalto, desmintiendo crudamente el tiempo tranquilo que se anunció. Así que el ánimo se trastoca, acaso con exageración”.

Enrique Badía y Liberal
Enrique Badía y Liberal

Nunca ocurre lo que esperas, suele suceder lo que temes. Muchos creerán que es justo lo que define la parte ya transcurrida de este siglo, en tantos aspectos distinto a como lo imaginaban en los últimos meses del anterior. Aunque quizás decirlo así no sea del todo exacto porque parte de lo ocurrido ni siquiera se había llegado a temer. El XXI pintaba bien y, a decir verdad, arrancó mejor. Migrar de milenio no fue apocalíptico y la generosidad colectiva evitó hacer sangre con los frustrados apóstoles del caos informático, el desplome de los servicios –ni los semáforos se apagaron– y quién recuerda cuantas otras formas de dramática convulsión. Al encarar el tránsito, un optimismo bastante extendido presumía el advenimiento de un porvenir libre de incertidumbres y garantizada prosperidad. O eso se quiso creer. La vida personal iba a durar más años, la economía tenía que seguir creciendo, la tecnología iba a ser capaz de arreglarlo todo, el Estado iba a proteger más y mejor, y la democracia, con su consecuente catálogo de derechos y libertades, estaba asegurada como modelo predominante. La guerra quedaba como batallita de abuelos o temática para historiadores y nostálgicos, igual que las plagas bíblicas, la inflación, los tipos de interés de dos dígitos, el proteccionismo, la autarquía y los sistemas de no mercado… Tal era la visión en el considerado mundo desarrollado, civilizado y a salvo de adherencias sub.

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