«Se percibe la tentación de fijar objetivos grandilocuentes, de rediseñar el país, en vez de priorizar la preservación y la rápida recuperación de la velocidad de crucero perdida»
Ha sido duro, sin duda, pero… ¿lo será aún más? Es la inquietud que recorre la sociedad, tras noventa y pico días de anormalidad. Dejan un reguero de victimas mortales -no es seguro que sepamos cuántas-, miles de afectados con inciertas secuelas, un número indeterminado de infectados asintomáticos y serias lesiones en la economía, también pendientes de cuantificar. Evaluaciones y pronósticos hay para todos los gustos, la mayoría tendiendo a lo peor, aunque cualquiera admite que no existen precedentes de los que echar mano, con lo que el vaticinio puede excederse, quedar corto o incluso acertar. El reto que toca es salir del hoyo cuánto antes y al menor coste posible, aun sin tener del todo claro cuál es su profundidad y, lo que es más inquietante, sujeto a la incertidumbre, en forma de amenaza latente, de si habrá rebrote masivo y algo igual o parecido a lo que acabamos de pasar.