La historia reciente está llena de ejemplos de cómo puede distorsionarse la realidad a fin de justificar unos objetivos, ayer la invasión de Iraq, hoy la de Ucrania.

Luis Martí
Luis Martí

En el número de enero, la revista exploró posibles vías que todavía permitiesen excluir el recurso brutal a una invasión armada de Ucrania que pudiese provocar una guerra en Europa. Se trataba de la misión encomendada a un representante del presidente ruso, Riabkov, consistente en ofrecer a Ucrania un pliego de exigencias maximalistas que su gobierno se manifestaba dispuesto a negociar. En buena técnica negociadora, una posición maximalista no debe rechazarse sin más. Puede tener dos significados muy diferentes. A una posición maximalista puede hacerse frente con otra que permita iniciar un proceso negociador a base de recíprocas demandas y cesiones. El contraste supone voluntad de las partes por llegar a algún acuerdo. Pero a veces, un pliego maximalista puede disfrazarse como propuesta de negociación al tiempo que incluye condiciones de imposible cumplimiento para la otra parte. En palabras del presidente Putin, hoy ya sabemos que sus peticiones consisten en exigir la “desnacificación” y “desmilitarización” de Ucrania. Peticiones que no guardan relación con la realidad de esa sociedad. Difícilmente podría Ucrania demostrar que ni representa un residuo extemporáneo del nacismo, ni tiene aspiraciones a convertirse en potencia militar. Ni es imaginable en qué circunstancias este país podría considerarse como amenaza para la vecina Rusia, mucho más grande y poblada, potencia nuclear con un gran ejército y una industria militar avanzada. Es un ejemplo de libro: imponer condiciones imposibles es lo que nunca hace un negociador… si tiene realmente voluntad de negociar.

Para acceder a este contenido, necesita una suscripción a la Revista Consejeros, vea los “PLANES DE SUSCRIPCIÓN”.
Si ya dispone de una suscripción debe “INICIAR SESIÓN”.