“Las encuestas dicen que los españoles se posicionan en el centro y que aprecian el consenso, cansados de un frentismo perjudicial”.
Imaginen que en alguno de los debates que van a confrontar a líderes o representantes de partidos con posibilidad de gobernar en vez de enfatizar lo que les separa, que también, dedicaran unos minutos a exponer aquello en lo que están de acuerdo. Es decir, colocar en el foco del debate el espacio del consenso, además de lo que les separa. De hecho (aunque los hechos ahora importan menos que las impresiones o las emociones) acreditan que un buen número de leyes se aprueban en las cámaras con el voto favorable de los dos grandes partidos, pero eso hace menos ruido que las discrepancias. Es frecuente que cada partido nos cuente lo que haría el adversario (casi siempre con exageración y poco fundamento) tanto o más que sus posiciones. Oír a Feijóo valorar el desarrollo del comité federal socialista o a Sánchez, o cualquiera de sus ministros, exponer lo que harían los populares con las pensiones o cualquier otro asunto de interés público, es mera palabrería irrelevante.
El esquema de la confrontación responde al método de “con el contrincante ni a heredar” y nunca al de intentar el esquema de “ganar y ganar por consenso”. Las encuestas dicen que la opinión pública aprecia el consenso y se ubica en un posicionamiento ideológico centrista. Pero el debate político discurre por ese esquema de confrontación perpetua sin otorgar espacio a las coincidencias, que no son pocas. Imaginen que en cualquiera de los debates de estos próximos días antes del 23 de julio alguno de los entrevistadores consigue centrar a los dos candidatos principales ante una pizarra en la que anotar a un lado sus coincidencias (Constitución, autonomías, Europa…) y al otro las diferencias (algunos aspectos de la memoria histórica, de la ley de vivienda, de la ley trans…) para a renglón seguido trabajar sobre lo primero y dejar claro lo segundo. El resultado sería evitar ruido, avanzar en las coincidencias y soportar las discrepancias con argumentos y paciencia. Seguramente es una hipótesis más que improbable, casi imposible ya que la estructura mental de los dirigentes no está preparada para semejante travesía; lo que cuenta es degradar al adversario, al menos en público ya que en privado la conversación es más amable y comprensiva.
Cuánto de rentable es la confrontación pública es una pregunta para la que los actuales dirigentes tienen una respuesta inequívoca. Es rentable, hay que insistir. Feijóo llegó al liderazgo del PP advirtiendo que no iba a recurrir al insulto o la descalificación del adversario. Pero la intención no llegó muy lejos, sea porque el adversario no le dejó alternativa, porque la tentación fue irresistible o porque lo suyos no le permiten tolerancia. El sueño de que podrían entenderse no es más que un sueño improbable. Hace falta mucha inteligencia y generosidad para encontrar las zonas de consenso; hacen falta buenas compañías y mejores intenciones para reparar en lo que une. No es probable con las personas que hoy determinan el debate y dirigen los partidos, pero pudiera tocar la flauta ya que a la vista de las encuestas tendría buena audiencia entre la ciudadanía.♦