Los datos de hoy detectan descenso de la actividad, casi a cero, pero moderada caída de los precios… La señora Lagarde y sus compañeros de viaje hacen lo que pueden.

Fernando G. Urbaneja
Fernando González Urbaneja

Acertar con la velocidad adecuada para el mínimo consumo y la máxima eficiencia (velocidad y seguridad) es complicado, incierto; como en las “siete y media” o te plantas antes de tiempo o te pasas. Ese es el dilema, el síndrome de los banqueros centrales y, en concreto, del BCE que este mes ha decidido la décima subida de tipos de la temporada en su carrera para reconducir la tasa de inflación, disparada hace un año hasta los dos dígitos, al objetivo del 2% como media. Es sabido que el efecto de las subidas de tipos tarda un tiempo, entre un semestre y un año; que enfriar la economía sin congelarla requiere conducción firme, trasmitir confianza y actuar con seguridad. No se trata solo de subir tipos (o bajarlos) además hay que explicarlo. Y en las explicaciones la presidenta del BCE ha incurrido en una especie de paso de la yenka, uno adelante y otro atrás. Se percibe que, buscando el consenso, siquiera parcial, en el seno del consejo de gobernadores, Lagarde ha pretendido contentar a todos, al menos en parte de sus pretensiones.

Suben tipos porque la inflación se reduce con parsimonia, pero deslizan que puede ser la última subida, que no pueden arriesgarse a una recesión decepcionante. Los datos de hoy detectan descenso de la actividad, casi a cero, pero moderada caída de los precios por factores poco controlables, fundamentalmente la energía, que sufre por la mano en el grifo de los saudíes con la complacencia con Putin. Además, las materias primas controladas por dealers globales mantienen los futuros altos por múltiples razones que tienen que ver con la geopolítica y con pasiones tradicionales que van de avaricia al temor al futuro. La subida de otro cuarto de unto no es tan influyente como los balbuceos, las dudas de la portavoz del BCE que no consigue trasmitir la seguridad y autoridad que exige su trabajo. El BCE va a remolque de la reserva Federal que cuenta con más experiencia y un marco más manejable que el que condiciona a los europeos.

Tanto la inflación como el crecimiento en los Estados Unidos presentan un perfil más consistente que el de los países europeos con economías menos integradas y coordinadas. Estados unidos ha superado la dependencia energética y se beneficia de las condiciones actuales del mercado. Además, sus autonomía estratégica goza de más margen que la europea. Depende menos de las exportaciones que Alemania y su abierto mercado de trabajo es más productivo y eficiente que el europeo. Quizá se espera demasiado de la política monetaria del euro, se han trasladado responsabilidades excesivas a la guía del BCE que, a la postre, “hace lo que puede”, busca consensos internos que exigen compromisos inexplicables, y encuentra poca cooperación de los gobiernos que aplican políticas presupuestarias de corto plazo por las que no quieren perder las elecciones próximas. Así que, entre Pinto y Valdemoro, la señora Lagarde y sus compañeros de viaje hacen lo que pueden y lo explican como sus talentos lo permiten. Es lo que hay.♦