Las ‘culturas primitivas’ pueden sentir cierto alivio: la excelsa y humanista Civilización occidental comprendió finalmente que los muertos siguen siendo humanos, merecen respeto sus cuerpos inánimes y deben descansar en paz. Todos, no solo los propios. La Ciencia como pretexto, desde siglos popularizaron la macabra profanación de tumbas y la impúdica exhibición de cadáveres. Cine y Literatura exaltaron tétricas aventuras de ávidos saqueadores de tesoros. Exhibidos en ferias y museos, determinados antepasados quedaron despojados de toda dignidad.
Impudicia inescrupulosa, paradigmática en egipcios y mesoamericanos. Todo museo que se precie expone como reclamo momias de faraones, caciques y dignatarios de estos pueblos, junto a trofeos depredados de sus enterramientos, ofrenda depositada por sus coetáneos para asegurar su bienestar en la última morada. ¿Qué dirían si alguien sacase los despojos de Carlomagno de su sarcófago en la Catedral de Aquisgrán, o a Napoleón de Los Inválidos, para mostrarlos de modo indecoroso en galerías de Honduras o Zambia? ¿No gritarían ante la ignominiosa exposición como atracción de feria del cuerpo disecado de un explorador europeo? Sucedió durante casi dos siglos con el ‘Negro de Bañolas’. Capturado hacia 1830 por unos taxidermistas franceses, el Museo Darder de esa localidad gerundense adquirió al africano anónimo en 1916 y lo exhibido grotescamente hasta 2000. Con numantina obstinación, lugareños despiadados impidieron su retirada, promovida en 1991 por Alphonse Arcelín, médico haitiano residente en Cataluña y concejal socialista. Ante tamaño escándalo, presionaron gobiernos africanos, la Organización para la Unidad Africana, el secretario de la UNESCO, Federico Mayor Zaragoza, e incluso Kofi Annan, secretario general de Naciones Unidas. Pero hasta 2007 no logró el Gobierno español imponer la ‘repatriación’ de sus restos y su digna inhumación en Botsuana.
Museos británicos suprimieron recientemente la palabra ‘momia’, ‘deshumanizante’ por ‘persona momificada’. Cambio destinado a recordar al visitante que contempla a seres que fueron como él. Al menos se les devuelve así el respeto debido y se reconoce el infamante expolio colonial. Un avance.♦