Inquieta la movilidad poblacional interna que despuebla amplias comarcas. Fenómeno acentuado desde 2001, crónico en Asturias, Castilla-León, Extremadura y Aragón, con densidad inferior a 12,5 habitantes por km²; el 85% de sus municipios tenían más residentes en 1996 que en 2020. Al contrario, Baleares, Madrid o Tenerife ganaron población, desafío para las ya incómodas megaurbes, difíciles de gestionar e incapaces de garantizar suficiente calidad de vida a cuantos llegan. Datos similares a otras regiones europeas: el 42,2% de los pueblos de Finlandia, Noruega, Estonia y Letonia están casi despoblados.

Muerte, emigración interna o al exterior, o deseo de huir del estigmatizado “paleto de pueblo” conducen al estancamiento. La escasa atención de los Gobiernos a la educación, servicios e infraestructuras rurales causa graves perjuicios a la juventud aldeana y desequilibrio demográfico que jerarquiza ciertos territorios, con efectos políticos y económicos perniciosos. Mayor longevidad y decreciente natalidad abocan al envejecimiento. La población española aumentó un 38% entre 1975 y 2021: de 34,2 a 47,3 millones de habitantes; en 2033 serán 49 millones, la cuarta parte ancianos.

Preocupa la “España vacía”: el 53% del territorio está en riesgo de despoblación. Para los profesores Fernando Collantes y Vicente Pinilla (Universidad de Zaragoza), autores del estudio ‘¿Lugares que no importan?’, revertir la tendencia requiere diversificar las economías locales hacia sectores no agrarios. Sostiene algún analista que el abandono del campo atrae inmigrantes de países subdesarrollados, cuyos cultivos no pueden competir con la agricultura subvencionada. Surgen soluciones desesperadas, al no haberse ideado políticas eficaces que aseguren bienestar en cualquier lugar: municipios italianos ofrecen inmuebles por un euro. Si las fluctuaciones demográficas dependen del mercado -laboral, inmobiliario y la conjunción de ambos- AAPP y sector privado tienen la solución. Francia y Escandinavia emiten signos esperanzadores. El modelo pudiera ser Escocia, cuya agencia de desarrollo económico comunitario, Highlands and Islands Enterprise, convierte zonas deprimidas en lugares atractivos donde vivir, trabajar y estudiar♦