Resurgen cada noviembre los magnicidios más famosos de nuestro tiempo. Permanece oculto lo acontecido en Dallas (22 de noviembre de 1963) y Los Ángeles (6 de junio de 1968), fechas ominosas que sacudieron la democracia estadounidense y conmocionaron al mundo. ¿Quiénes y por qué urdieron el asesinato del presidente John F. Kennedy y de su hermano Robert, su Fiscal General? Comisiones parlamentarias, incontables libros, reportajes, series televisivas y artículos periodísticos no aclaran el mayor enigma del siglo; insuficiente el ingente material desclasificado; siguen vedados los documentos que acaso contengan las claves.

No es asunto baladí la muerte violenta del dirigente de la primera potencia mundial, cuando el Planeta arrostraba momentos especialmente delicados. Encarnación de valores e ideales de su generación, los carismáticos hermanos fueron espejo y esperanza. De ahí su mito. Nada sorprende el recato de sucesivos gobernantes norteamericanos al manejar tan infaustos sucesos, cuyas imágenes aún turban la conciencia de millones de personas. Con todo, ahonda el misterio el silencio encubridor de los instigadores: ¿cuerpos policiales propios, la mafia, enemigos externos? ¿Eliminaron a Robert en plena exitosa campaña electoral para impedir su victoria, pues revelaría la trama que segó la vida de John? Conjeturas en un mar de teorías conspirativas. Su Administración afrontó dos retos decisivos: librar al mundo de la guerra atómica y reconocer a los afroamericanos su plena ciudadanía. Los Kennedy superaron ambos desafíos: moderaron el complejo militar-industrial denunciado por su antecesor, Dwight Eisenhower, dispuesto a tensar la relación con los soviéticos pese al serio peligro de confrontación nuclear; tras el fiasco de Bahía Cochinos, trazaban puentes con Cuba. Frente a halcones de su Partido Demócrata como el vicepresidente Lyndon Johnson, doblegaron a la aristocracia sureña y al supremacismo blanco imponiendo militarmente la admisión del primer estudiante negro en la Universidad de Misisipi.

Tragedia vivida como mensaje escalofriante. Según David Talbot, autor de ‘La conspiración’, “las élites conocen la verdad sobre el asesinato de JFK, pero los medios callan”; para este prestigioso periodista, “debemos recordar a los Kennedy porque sacrificaron sus vidas para que avanzase la Historia”.♦