Europa es un jardín. Todo funciona. Es la mejor combinación de libertad política, prosperidad económica y cohesión social que la humanidad ha logrado construir, las tres cosas juntas (…) La mayor parte del resto del mundo es una jungla, y la jungla podría invadir el jardín (…) Los jardineros deberían cuidarlo, pero no podrán cuidar el jardín construyendo muros (…) tendrán que ir a la jungla. Los europeos tendrán que interactuar mucho más con el resto del mundo. De lo contrario, el resto del mundo nos invadirá de diferentes maneras”. Así aleccionaba el Alto representante de la UE para AA EE y Política de Seguridad, el socialista Josep Borell, a los jóvenes estudiantes de la Academia Diplomática Europea en el Colegio de Europa en Brujas, el octubre pasado. Pese a posteriores matizaciones, fuera de Europa se recibieron tales palabras como signo regresivo, colonialista; consideradas “inapropiadas” en Occidente, su rechazo generalizado no logra disipar el poso conservador del rancio argumentario racista, discriminatorio, continuador de la trayectoria europea desde el S. XV, cuando se arrogó el “derecho” de invadir, ocupar y explotar otras regiones, recuperado hoy con las migraciones como pretexto.

De ahí que la tarea primordial de las culturas no europeas, sobre todo las más escarnecidas, como las africanas, es hacer saber al viejo Continente que terminó la era del discurso único y las ‘verdades’ irrefutables. Los demás pueblos de Tierra conservan en su memoria colectiva la conciencia histórica de sus aportaciones a la libertad, prosperidad y convivencia, y pueden expurgar relatos que socavan la cómoda autocomplacencia instalada en determinadas mentes inescrupulosas, que manipulan y tergiversan las realidades a su conveniencia.

¿Habrá que recordarle al brillante economista catalán el proceso de la industrialización de Cataluña, por ejemplo? Antes de hablar o tomar decisiones extemporáneas, bastaría leer a historiadores rigurosos como Rafael Altamira o José Antonio Saco, y repasar textos de eminentes profesores: Jaume Vicens Vives, Jordi Maluquer, Gabriel Tortellá o Jordi Nadal, por ceñirnos a España. Si no, abocarán a la Humanidad a nuevos enfrentamientos globales, cuyas consecuencias podrían ser irreversibles.♦