El 7 de octubre de 1849 fallecía Edgar Allan Poe, encontrado días antes en una lóbrega calle de Baltimore desaliñado, con harapos ajenos y en estado de delirio agudo. Sus postreras palabras, “Señor, ayuda a mi pobre alma”, evidencian el tormento del escritor, poeta, crítico y periodista, sumido en tenebrosa sima de desánimo y sufrimiento… como los que invaden hoy a millones de personas en todo el mundo. Exponente máximo del Romanticismo oscuro, Poe era un “maldito”, como Rimbaud y Verlaine: convirtieron la autodestrucción en arte. Misteriosa muerte nunca esclarecida. Nadie supo cómo recaló en tal callejuela, ni pudo confirmarse la invocación obsesiva de un desconocido Reynolds en su agonía, conjetura avalada por Julio Cortázar. Su traductor, Charles Baudelaire, sugirió “un suicidio preparado durante mucho tiempo”, verosímil ante su peripecia personal y obra catastrofista. Sin autopsia, extraviados informes médicos y acta de defunción, quedaron las especulaciones periodísticas como supuestas causas: inflamación cerebral por alcoholismo, delirium tremens, epilepsia, sífilis, meningitis, asesinato.

Apenas 40 años de existencia brumosa, arrastrando fantasmas interiores, exhumados en tortuosos relatos memorables -‘Los crímenes de la calle Morgue’, ‘El misterio de Marie Rogêt’…- precursores del género negro. Poe expresó a menudo su desconsuelo: “Desde la publicación de ‘Eureka’ no tengo deseos de seguir con vida”, escribió a su tía. Dipsomanía y drogadicción agravadas por la pérdida de la esposa y amigos entrañables. Sus últimas cartas manifiestan angustia: “Mi tristeza inexplicable me entristece más aún. Estoy repleto de tenebrosos presentimientos. Nada me anima, nada me consuela”, confió a su novia en abril.

El enigma recién desvelado lo encerraban sus escritos: las palabras de uso cotidiano perfilan la personalidad y psicología individual. El análisis de cartas y diarios de famosos depresivos (Marilyn Monroe y demás) estableció el parámetro. El patrón lingüístico de Poe contenía altísimos índices de depresión entre 1843 y 1849, su época más triste, paralela a sus mayores éxitos, indicio de su insana relación con la fama: no obtuvo remuneración proporcional al celebrado trabajo. Sin descartar otras teorías, el estudio asigna “algún papel” al creciente agobio “en su juicio y toma de decisiones”, considerando “el suicidio como única causa de muerte según evidencia objetiva”.♦