“Un gobierno que admite pocos contrapesos y menos debate, sin el menor interés por la búsqueda de consensos amplios. Quienes discrepan son calificados de gruñones, agoreros equivocados víctimas de su ideología. La reciente defensa de la última reforma del sistema de pensiones constituye el epítome de esa estrategia político electoral… un gobierno más preocupado por la propaganda y la presentación de sus decisiones que por la efectividad de las mismas. Y gastador, inclinado a repartir subvenciones de eficacia muy discutible”.
EN JUNIO DE 2018 Pedro Sánchez, secretario general del PSOE y líder de la oposición (sin escaño en el Congreso) ganó la primera moción de censura exitosa de la democracia española; un éxito inesperado al que contribuyó la audacia del jefe del nuevo partido salido de la movilización popular (Podemos) encabezado por Pablo Iglesias. Desde entonces (va para cinco años) Sánchez encabeza un gobierno de coalición apoyado por la izquierda española con el concurso parlamentario del elenco de partidos nacionalistas-independentistas. Un gobierno novedoso en su composición (coalición en dos escalones: el de gobierno y el legislativo) y en su estrategia que incluye un sesgo revisionista del espíritu de la Constitución, una dedicación preferente a los derechos de las minorías, y una despreocupación por el déficit público con despliegue de medidas de gasto público orientado al reparto de rentas.