“Aun comprendiendo la reticencia de los banqueros centrales a elevar los intereses a largo, mantener sine die invertida la curva de tipos es una distorsión económica”.
En lo que va de año, tanto la Reserva Federal como el Banco Central Europeo han emprendido, sin abrigar sombra de duda, un endurecimiento acelerado de sus tipos de referencia. La galopante inflación ofrecía sobrados motivos para actuar sin contemplaciones. Más determinante todavía para disipar cualquier titubeo se antojaba el punto de partida, caracterizado por tasas cercanas a cero. Un nivel a todas luces alejado de lo que se considera una pauta normal, reflejo de una política monetaria que ha transitado en la última década bajo un signo de abierta excepcionalidad. No en balde, los bancos centrales han asumido, casi en exclusiva, la tarea de superar las sucesivas crisis inyectando masivamente liquidez y recurriendo a medidas heterodoxas tras agotar las convencionales. Todo propiciaba, pues, un encarecimiento de las condiciones crediticias tras años de acusada laxitud. Si combatir la inflación se ha erigido en estandarte de esta cruzada para recuperar la ortodoxia, no siempre fue así. Los responsables monetarios se mostraron al principio abiertamente escépticos. Achacaron los primeros brotes a desajustes en la cadena de suministros y dificultades de la oferta para seguir el ritmo imprimido por una demanda con renovado brío tras el forzoso paréntesis de la pandemia. A su juicio, fenómenos pasajeros que el mero transcurso del tiempo se encargaría de arreglar. Los bancos centrales aplicaron así un deliberado benign neglect a lo largo del pasado año, pese a los síntomas cada vez más inquietantes. Christine Lagarde llegó a cuestionar, incluso, la efectividad de una subida de tipos frente a bruscas elevaciones en el precio de materias primas e inputs insustituibles, como el petróleo o el gas. Se perdió así un tiempo precioso mientras cobraba creciente cuerpo la amenaza inflacionista. Sólo el brusco y generalizado encarecimiento provocado por la invasión de Ucrania y las medidas de retorsión adoptadas contra Rusia acabaron por disipar estas dudas, moviendo a intervenir sin reservas.