Hasta el 2000, la UE producía más gas que Rusia, que con su invasión de Ucrania ha despertado a Europa de su sueño buenista y le ha recordado que toda es, al fin, geoestrategia.

Miguel Navascués, economista

Miguel Navascués

Es verdad que la Guerra de Ucrania ha disparado la inflación, pero es verdad también que nosotros nos pusimos la soga al cuello cuando nos centramos, todos, en unas consignas ecologistas que, aparte de ser “fake”, o de dudoso rigor, han jugueteado alegremente con lo posible y lo iluso. Eso nos ha llevado a una dependencia energética creciente, con el fin de sustituir la energía posible por una considerada limpia, que no lo es tanto, si nos atenemos a la opinión de muchos observadores y científicos. En el gráfico adjunto (tomado de Bjon Lomborg) pueden ver que Europa, hasta el año 2000, producía más Gas Natural que Rusia. Al cabo de los años, tiramos la llave al mar, dejamos de producir nuestro propio gas y nos entregamos atados de pies y manos a las importaciones de Rusia, en nombre del santo equilibrio ecológico, como si la Globalización y el libre comercio fueran a durar para siempre. No voy a entrar a analizar si es buena o mala la ideología de la Globalización y el Ecologismo, que durante los años dorados eran la única guía económica del mundo occidental. Pero resulta que ese mundo era ficticio. El primero en darle la patada fue Trump, rompiendo las reglas del comercio libre sin proteccionismo arancelario. Luego fue la pandemia, de la que salimos más o menos airosamente, pero luego vino la guerra de Putin, y nos despertamos de nuestro sueño pacifista y buenista para descubrir que la geoestrategia existe, y que desgraciadamente lo gobierna todo, incluidas las reglas económicas, que no suelen ser compatibles en algunos contextos.

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