“Tanto los déficits como la deuda tenderán a reducirse a lomos de la inflación. El año pasado nos ha brindado una buena muestra de este ajuste automático”

JP Marín Arrese, economista
JP Marín Arrese

Si nos atenemos a los usos y costumbres de la enología, se antoja todavía prematuro emitir un pronóstico sobre lo que dará de sí este año que empieza a rodar. Ni siquiera en el plano económico pese a los negros augurios anticipados para el otoño, ya pronto desmentidos, y el ejercicio entrante. Carece de sentido realizar tanta cábala premonitoria cuando sólo al término de la primera mitad del 2023 se podrá apreciar con algo de certeza su evolución. En los próximos meses se constatará si la inflación acaba controlada tras transitar tantos meses por elevados registros. Se podrá apreciar el impacto que ejercen sobre las rentas disponibles y el volumen de gasto agregado tanto la pérdida de capacidad adquisitiva por el alza de los precios como el grado de contracción de la demanda por el endurecimiento monetario. También se podrá sopesar la capacidad del sistema financiero para asimilar un entorno de tipos de interés cada vez más exigente. Son las principales incógnitas que quedan por despejar. Los restantes factores juegan un rol secundario. La política fiscal, por ejemplo, pretende actuar de elemento compensador ante la crisis, con masivos niveles de gasto público. Pero, ni los Estados, menos el nuestro, disponen de suficiente agilidad para ejecutar las nuevas líneas presupuestadas ni están dispuestos a frenar los incrementos de ingresos que provoca el fiscal drag. Así las cosas, tanto los déficits como la deuda tenderán a reducirse a lomos de la inflación. El año pasado nos ha brindado una buena muestra de este ajuste automático.

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