“NECESITAMOS UN PLAN SÓLIDO Y CREÍBLE QUE MOVILICE LA VOLUNTAD DE LOS ESPAÑOLES. UNA GRAN OPERACIÓN DE MODERNIZACIÓN PARA GANAR PRODUCTIVIDAD”.
La pandemia supone un trágico acontecimiento de esos que pasan cada mucho tiempo y que sorprenden con efectos fatales. Este año 2020 será el más horrible que hemos conocido en setenta años, y marcará mucho más que una muesca, casi un derrumbe, en las curvas de evolución de la economía: caídas del PIB, del empleo, de los ingresos del Estado, de las rentas de un tercio de la población… sin precedentes y, por eso mismo, la respuesta a la crisis no está en los libros, tendrá que ser original y específica al caso, con ejercicios de prueba y error.
Las primeras medidas adoptadas por todos los gobiernos, incluido el de España, han sido adecuadas, inevitables y de sentido común: contener la hemorragia que amenazaba destruir el tejido productivo. Han sido medidas para garantizar liquidez y sostener empleo, aunque sea suspendiendo los contratos laborales por un tiempo. Para los españoles formar parte del club Europa y del sistema del BCE es providencial; sin el soporte financiero del euro la catástrofe hubiera sido monumental. El BCE ha suministrado toda la liquidez precisa y la Unión Europea aportará sin coste los fondos necesarios para la contención y la recuperación. De marzo a septiembre, el gasto público adicional en forma de subsidios a personas y entidades y gasto sanitario adicional al ordinario supondrá al Tesoro español una cifra no inferior a los 30.000 millones, además de la merma de ingresos fiscales.
El gobierno utiliza el concepto de «reconstrucción» para definir lo que hay que hacer, aunque más preciso sería «recuperación» que es de lo que se trata. Tras la contención habrá que evaluar los daños, de momento todas las estimaciones apuntan un derrumbe global superior al 10%, con efectos en segunda ronda que no podemos evaluar de momento. ¿Qué planta turística se va a destruir?, ¿cómo responderá la demanda interna y externa a partir de otoño? Demasiadas incógnitas. Lo importante ahora es abordar la recuperación, construir un Plan sólido y creíble que movilice la voluntad de los españoles y que sea confiable para los de fuera que tienen que jugar un papel en la recuperación. Como precedentes se me ocurren dos: el Plan de Estabilización de 1958 y los Pactos de la Moncloa de 1977. Nada se parece ahora a ambas situaciones, la historia no se repite, pero estamos ante un problema de semejante, quizá mayor, envergadura. Aquellos planes produjeron efectos positivos, transformaron la sociedad española para llevarla a la modernidad y la democracia. Ahora no se ha dibujado, aún, un Plan; el gobierno ha dictado una ristra larga de medidas con muchos decretos y más declaraciones que atienden a la contención con actuaciones parciales dedicadas más a subsidiar rentas o sectores que a otros objetivos de más alcance y consecuencias. Antes de la pandemia la economía española mostraba signos de debilidad y agotamiento, que ahora se ven acentuados. España necesita una gran operación de modernización para ganar productividad, para generar empleo estable y que añada valor. Y de eso se habla muy poco. Muchos decretos pero sin libreto, sin proyecto de fondo, sin caligrafía fina. Los fondos europeos son importantes, pero más lo es saber qué hacer con ellos, cómo evitar malgastarlos.♦