Cuántas veces oímos, adolescentes imberbes, a nuestros mayores exclamar con asombro desdeñoso ‘¿adónde iremos a parar?’, ante hombretones barbudos ataviados con coloridas blusas indigenistas y esbeltas muchachas desinhibidas luciendo luengas sayas, prendidas exóticas flores silvestres en largas cabelleras desgreñadas, aindiadas. Moda provocativa de una generación que proclamó consignas desafiantes: ‘Haz el amor, no la guerra’. ¿Para caer en ese libertinaje combatieron al fascismo y derrotaron a los liberticidas? Si pudiesen otear el mundo desde un resquicio del angosto nicho, pues al morir no se incineraba, escogerían seguir gozando su silencioso reposo eterno a vivir en este Siglo desmadrado.

¿Acaso existe mayor subversión iconoclasta que Maximiliano de Liechtenstein, príncipe de la Cristiandad, convirtiera en su igual a una vulgar costurera panameña, la tal Angela Brown, nieta de esclavos sin duda? ¿No demuestra la inexorable decadencia de Occidente que Su Alteza Real el príncipe Henry deshonre su noble abolengo al elevar a una cómica negra, esa Meghan Markle, a duquesa de Sussex? Nada extraño; los británicos cultivan sus tradiciones, y llueve sobre mojado: su tío-bisabuelo desbrozó la senda hacia el abismo al tirar el cetro imperial por una casquivana plebeya americana, encima divorciada. Empachados de manía modernizadora, pagan hoy tanto esnobismo democratizador: ahora un hindú ocupa la alcoba de Sir Winston Churchill. Se quitó el turbante y será todo lo inglés que quieran, pero ¿olvidaron que la sangre imprime carácter, no el pasaporte, y la cara es espejo del alma? Osan poner al frente de Naciones señeras, adalides de la Civilización, a negros y culís que aprendieron a manejar los cubiertos en la mesa; pero la cabra siempre tira al monte.

Pobre Europa, cuando seculares y dignísimas instituciones se tiznan de color: africanos y asiáticos en Westminster; moros, negros y turcos en el Palais Bourbon, en el Bundestag, en las Cortes de Madrid, en las selecciones de fútbol, otrora excelsos santuarios emblemáticos… Todo por esas monsergas multiculturalistas. Si recordasen sus orígenes, aprenderían de Roma, que pereció gracias a las élites bárbaras romanizadas, El hábito no hizo al monje. Hay esperanza: ningún guaraní disfrazado de Guardia Civil multa en las autovías.♦