Son nítidos los datos demográficos actuales y las previsiones para un futuro inmediato: si la edad media ronda los 19 años en África y en Europa los 42, se intensificarán inexorablemente las migraciones para compensar el desequilibrio, lo cual producirá inevitables alteraciones sustanciales en casi todos los aspectos de la vida: geopolítica, comercio global, credos religiosos, culturas, incluso el desarrollo tecnológico. “La única salida para Europa, donde los jubilados serán el doble que los trabajadores y las muertes superarán a los nacimientos, es depender de un flujo constante de inmigrantes, que, en su mayoría, provendrán del único continente que todavía tiene una población creciente: África”, sostiene el analista François Soudan. Para mantener su nivel de población activa, Europa precisa integrar cada año 2/3 millones de inmigrantes, estiman los expertos.
Diversas publicaciones recientes de la Comisión Europea indican que en 2020 inmigraron 1,92 millones de personas a la UE y emigraron 960 mil, lo que sitúa la llagada neta en 960 mil extranjeros. Sin ellos, la población europea se habría reducido en medio millón en 2019, pues los nacimientos fueron 4,2 millones y 4,7 millones las defunciones. De ahí que, invocando la pura lógica capitalista, destacados peritos aboguen por alentar la entrada, en lugar de “crear una miríada de obstáculos” para frenarla. Sólo una ínfima parte de la población mundial (entre el 2% y el 4%) vive hoy fuera del lugar de nacimiento, pero tal panorama cambiará drásticamente a medio plazo. Christopher Murray, director del Instituto de Medición y Evaluación de la Salud (IHME, siglas en inglés) escribe en The Lancet: “Con el tiempo, tendremos mucha más gente de descendencia africana en muchos más países”.
Perspectiva que, obviamente, aterra en los países del Norte, sobre todo en ciertas mentalidades y tramos de edad, constituida en pretexto eficaz para el progresivo auge del discurso intolerante y catastrofista. Obligados a idear medidas preventivas, los políticos europeos oscilan entre la retórica del Humanismo Cristiano, su basamento ideológico común, y un pragmatismo que contenga los amenazantes brotes totalitarios emergentes. Peliagudo equilibrismo reflejado en vanas actuaciones controvertidas, nada satisfactorias para todos. Bastaría no disfrazar la verdad.♦