Poca duda cabe ahora: la llamada eufemísticamente “crisis migratoria” amenaza la estabilidad de Europa. Algunas de sus perversas consecuencias son la inquietante irrupción del totalitarismo y la zozobra ante los bruscos cambios en África. Quizá la sangre no llegue al río, pero la incesante llegada a las opulentas costas norteñas del Mediterráneo de perseguidos políticos, exiliados económicos y personas diversas, ansiosas de seguridad y bienestar, crea no pocas ni nimias tensiones entre los socios comunitarios.
Como, pese a numerosas advertencias y claros signos ignoraron el problema y no fue cercenado de raíz, la gente contempla estupefacta agrias trifulcas entre Italia, Francia y Alemania, núcleo del Tratado del Carbón y del Acero firmado en París en 1951, con diseño de políticos vigorosos: en plena reconstrucción tras la IIGM, Alcide de Gasperi, Robert Schuman y Konrad Adenauer iniciaron el proceso de integración de un continente obligado a superar rivalidades que, hasta entonces, habían generado devastadores y dolorosos conflictos. Resulta llamativa la similitud: el control de África y sus recursos como causa de ciertos litigios de antaño; la incapacidad de gestionar los flujos migratorios africanos, provocados por la rapiña inmisericorde, motivo de la actual crispación, según las invectivas alemanas e italianas contra Francia.
Insólita la reclamación italiana ante Naciones Unidas y el G-20: un plan que alivie la caótica situación en Lampedusa, islita que hoy recibe cantidades de migrantes que no puede albergar. Calculan en casi 100.000 los africanos llegados a Italia en cayucos en este trecho de 2023; no siendo Italia su destino, la mayoría quisiera seguir viaje hacia otros lares, pero es difícil traspasar los confines cuando Berlín anuló la recepción de inmigrantes “hasta nuevo aviso” y esgrime el convenio de Dublín, regulador del derecho de asilo, que obliga al país de entrada a evaluar la situación del solicitante y acoger a los refugiados. Arrecian en las fronteras europeas las devoluciones “en caliente” y demás inhumanidades, mientras Bruselas anda proponiendo a los Estados de origen o tránsito pactos para contener la llegada a cambio de apoyo económico. Alguno, antes propenso, recula: Túnez vetó la visita de los parlamentarios europeos que deseaban “analizar” su acuerdo migratorio.♦