Se recuperó ya el PIB global previo a la pandemia, pero con notables divergencias, visto el retraso europeo, con las economías más afectadas, como la nuestra, en el furgón de cola.

JP Marín Arrese
JP Marín Arrese

Bajo titular tan optimista presenta la OCDE su último diagnóstico sobre la evolución de la economía mundial. Tras el pronunciado repunte de este año, se han recuperado ya, a nivel global, los niveles del PIB de antes de la pandemia. Y las previsiones apuntan al mantenimiento de esta tendencia, aunque con menguada intensidad, en los dos próximos años. Esta apreciación de conjunto no oculta notables divergencias en el ritmo de recuperación. Desde el rápido retorno a la normalidad en China y el acelerado crecimiento de Estados Unidos, hasta el retraso experimentado por Europa figurando en el furgón de cola las economías más afectadas como la nuestra. Con todo, existen sobradas razones para abrigar un sentimiento de alivio tras el largo paréntesis de incertidumbre experimentado. Ahora sí se vislumbra la luz al final del túnel, aunque todavía circulemos con las luces encendidas. Si en un primer momento se confió en un acelerado rebote tras el shock inicial, a medida que sus efectos de prolongaban en el tiempo tan voluntarista pronóstico quedó difuminado, cediendo paso a negros augurios. El brusco hundimiento de la demanda, la contracción de la propensión al consumo, la elevación generalizada del desempleo y los severos recortes en las rentas disponibles, se erigían en factores que amenazaban con amplificar y dilatar en el tiempo los efectos depresivos. Sólo la aplicación de una enérgica política de estímulos ha permitido superar esa temida espiral recesiva y enderezar el rumbo. Merece la pena detenerse a considerar la contribución del policy-mix aplicado por las economías desarrolladas en la superación de la crisis. A diferencia de la descoordinada respuesta de hace una década, ante la negativa franco-alemana a sumarse a una rápida y masiva inyección de fondos públicos para estabilizar las economías, esta vez el consenso ha prevalecido. Si entonces todo se fió en atajar las carencias prudenciales de la banca prestando escasa atención, aquí en Europa, al impacto de la crisis financiera sobre la economía real, ahora se han aprendido las lecciones de aquel fallido diagnóstico.

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