Es paradójico que una acción de gobierno sometida a chantajes y continuos sobresaltos, sin hoja de ruta digna de tal nombre, influya tan poco en la economía
Quién lo diría. Un Ejecutivo en la práctica paralizado desde las elecciones, carente de unidad interna y sostenido por una mayoría parlamentaria voluble y caprichosa. Rehén para colmo de quien le humilla y marca el paso desde Waterloo. Un clima político enrarecido, salpicado de casos de corrupción y con posturas irreconciliables entre el gobierno y la oposición. Todo induciría a pensar que un desbarajuste de tal guisa se traduciría en un serio impacto negativo sobre la actividad. Sin embargo, la economía española resiste los embates y muestra un comportamiento bastante menos alicaído que el de socios europeos de primera fila. Crecemos a ritmo sumamente moderado, a paso de tortuga, pero sin perspectivas de incurrir en una pronunciada desaceleración y, menos todavía, de desembocar en una recesión. Mucho dependerá de cómo evolucionen nuestros principales mercados de exportación. Pero, incluso de mantener las ventas al exterior un perfil bajo, el consumo interno seguirá ejerciendo un significativo papel tractor. Sólo la inversión se resiente ante la incertidumbre que rodea a las expectativas en los próximos meses. También contribuye, en no poca medida, el cúmulo de incoherencias que destila un Ejecutivo donde cada socio parece caminar por distinta senda y sentido.