En el contexto de la Hispanidad, conviene dejar a los españoles con sus tiquismiquis sobre si su lengua oficial debe llamarse «castellano» o «español». Melindres irrelevantes para los 660 millones de hispanohablantes diseminados por cuatro continentes. En rigor, el castellano se limita a Castilla y alrededores. El resto –hispanoamericanos, chicanos, guineanos, saharauis, marroquíes, filipinos y canarios si se apura– hablan español. Reconocerlo sería lo adecuado. ¿Acaso Mújica Laínez, Otero Silva o Juan Rulfo escriben como Baroja, Cela o Delibes? Conservando su unicidad, el español, hoy segunda lengua más hablada en la Tierra, es un habla plural, con modismos y acentos varios, fruto de mutaciones surgidas de las necesidades comunicativas en la forja de cada pueblo, y evidente signo de su vitalidad.

Sin embargo, la ortodoxia carpetovetónica persiste en su ceguera, reacia a reconocer el sello singular que nuestra lengua adquiere en determinados ámbitos de su vasta geografía física y humana. En librerías de París o Londres encuentra el lector interesado libros de autores africanos, hindúes y caribeños escritos en francés o inglés. No falta en las portuguesas la producción intelectual de escritores angoleños, mozambiqueños, caboverdianos o brasileños, incluidos los exponentes más críticos del oprobioso sistema colonial impuesto por el «Estado Novo» salazarista; y en esas antiguas potencias coloniales están consagrados los estudios poscoloniales. Pero resulta arduo hallar en Madrid y Barcelona la creación originaria de nativos del glorioso imperio español. ¿Quién conoce a Manuel Zapata, Lucía Charún o Quince Duncan, exponentes genuinos del «Negrismo» en español?

Inútil negar la diversidad. Y puede que injusto, contraproducente. La Hispanidad debiera, en este siglo, integrar sin «maternalismos» cuantas voces la conforman, trascendiendo retóricas neoimperialistas consagradas por la ideología franquista que aún impregna ciertas mentes. Dejó de ser coto privativo de peninsulares y su diáspora sudamericana, pues no sólo los criollos piensan, sienten y se expresan en español. Sólo así será posible su revitalización como espacio de reflexión y territorio de encuentro para cuantas personas y naciones componen ese mosaico cultural, hermanados por la Historia y demás vínculos anejos.♦