Debate trascendente en esta España actual es la cota de racismo en su población. Porfía que marcará el rumbo inmediato. Ante indignidades recurrentes, cabe colegir que, en apenas un lapso, esta sociedad cambió de modo sustancial: al paternalismo de cincuenta años atrás sucedió una clamorosa indiferencia por cuanto acontecía allende el Estrecho y su reflejo en la coexistencia euro-africana. Los albores del nuevo siglo despertaron cierto inusitado interés por ‘esos pobres negritos’ que, sin comprender bien por qué, se mataban entre sí en sus míseros países, cuando el Universo globalizado vivía su época dorada de libertad y prosperidad. Efímera “moda solidaria” al final. Hoy se manifiestan mutaciones más perversas: la xenofobia como ideario argumental de posicionamientos políticos, reflejo de la innegable zozobra que riega las arterias. Arrumbada la autocomplaciente quimera que libró a la “raza ibérica, alumbradora de naciones”, del sesgo racista anglosajón, nadie sensato niega la creciente inquina –disfrazada de nacionalismo– hacia gente de rasgos extraños. Bien lo palpa en calles, estadios y departamentos oficiales cualquier andariego negro por estos lares, desmentido categórico de retóricas humanistas y humanitaristas. Espectáculos bochornosos como los menores desprotegidos peloteados en la maraña administrativa son indicadores prístinos del despojo de los Derechos Humanos de su carácter Universal.

Asombra, ante tanto discurso dicharachero, el desconocimiento de su propia Historia. Y su innata habilidad para escaquearse, eludiendo responsabilidades por sus siglos de tropelías aquí, allá o acullá. Antaño se libraron de episodios racistas por razones muy sencillas: la expulsión de los judíos por los Reyes Católicos en 1492, y la deportación de los ‘moriscos’ ordenada por Felipe III en 1609, convirtieron España en un país compacto, monolítico: una sola raza, una única cultura, un credo exclusivo, excluyente. Rigidez como sello distintivo, sueño de oscurantistas iluminados, génesis del “problema de España”, en expresión de ilustrados, krausistas y regeneracionistas. Tampoco seducen comportamientos erráticos de las sedicentes alternativas. ¿Asumibles proclamas inconsistentes, cambiantes cada semana? ¿La esperanza? Releer a Bertolt Brecht: no fueron judíos los únicos victimados por la intolerancia; también millones de arios puros.♦