Parece chocante: un mismo vocablo evoca conceptos dispares. Sin sinónimos aplicables ni otra argucia semántica, resulta confuso tanto equívoco cuando un grupo dominante impone su criterio omnímodo. Ejemplo prístino es el feminismo. Reconocer la equidad de derechos entre mujeres y hombres debería suponer acatar la igualdad de todas ellas para su plena realización en todos los órdenes. Doctrina inspirada a finales del S. XVIII por las frustraciones de Olympe de Gouges -escritora francesa, temprana abolicionista del comercio negrero- prendió en Europa como reivindicación política y cruzada social. El desarrollo del ideal y la denuncia de injusticias alteraron modos de pensar y obrar, derogando prácticas discriminatorias, logrando avances que dignificaron al ser humano, las féminas como beneficiarias inmediatas. Sublimes principios universales hoy convertidos en amalgama de polémicas y banderías disonantes instrumentalizadas por epígonos del ‘pensamiento único’. Es evidente en discursos y manifestaciones: todas/os blancas/os, cuando basta un trayecto en el metro para ver que Europa dejó de ser monocromática.
‘Afroféminas’ nació en 2014 para visibilizar a las afrodescendientes en España y exponer “un enfoque feminista negro” ante “la doble exclusión por ser mujer y racializada”. Ese digital tiene como cimiento el proyecto decolonial, plantear “una relectura del colonialismo representado desde una posición hegemónica”, “cambiar conductas postcoloniales en la sociedad y las tradiciones españolas”, aseguran; necesario altavoz propio al no sentirse representadas. La conocida acritud entre feministas afroamericanas y ‘caucásicas’ se convierte en disonancia entre africanas y europeas en diversos foros. Ndèye Fatou Kane, socióloga y activista senegalesa, prefiere ser considerada “feminista africana” porque el feminismo “debe tener apellidos”, dice.
Obra seminal del feminismo africano (francófono) es ‘La Parole aux Négresse’ (1978), de la antropóloga senegalesa Awa Thiam. Su innovación: presentar a las africanas como sujetos y productoras de saberes, alejadas de la visión “paternalista” occidental. Desde parecida formulación, Kimberlé Crenshaw, profesora en California y Columbia, acuñó en 1989 la “interseccionalidad”, concepto fundamental del ‘feminismo no hegemónico’: noción no importada, arraigada desde siglos en las culturas negras. Ambas reclaman respeto a sus decisiones como adultas, incluso aquellas más alejadas de la mentalidad occidental. Lo correcto sería no apabullar, ver los matices, respetar las distintas percepciones y aceptar la diversidad.♦