“Todo sugiere que Rusia prevé tener que aceptar una negociación que ponga fin a la guerra y aspira a reforzar su postura con una enérgica ofensiva que le de el control del área rusófona”.

Luis Martí
Luis martí

Desde el comienzo de la guerra, -febrero 2022- esta revista siguió con todo interés la invasión rusa de un país vecino acusado, nada menos, que de constituir un foco amenazador de conspiración fascista contra la Federación rusa. El discurso del presidente Putin ante el Consejo ruso de Seguridad dejaba explícitas sus motivaciones para ordenar lo que prefirió calificar como operación militar especial que se iniciaría al día siguiente. Aunque el Kremlin propagó varias versiones geográficas de su objetivo, su ministro Lavrov, en una entrevista reciente con radios rusas (19 abril) concretó que se trataba de recuperar “la parte rusa”, ocupada ya parcialmente y en la que Rusia ha organizado referéndums y elecciones a su satisfacción. Ante la invasión del ejército ruso, el temple y la habilidad defensiva del ejército ucraniano y de su población fueron extraordinarios, y supieron sacar provecho de serios errores tácticos de aquella invasión pero no evitar los destrozos de una guerra que duraría –hasta ahora– casi tres años. En el momento de escribir estas líneas el ejército ruso ha tomado algunas plazas menores en las proximidades de Jarkov y parece preparar una fuerte ofensiva sobre esta importante ciudad. Todo sugiere que Rusia prevé tener que aceptar una negociación que ponga fin a la guerra y aspira a reforzar su postura lanzando una enérgica ofensiva que encierre el área rusófona entre el avance desde Jarkov y el despliegue hacia el norte de las tropas rusas que hoy ocupan territorio ucraniano al este de la desembocadura del Dnieper.

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