Cuando el 30 de septiembre se cierre el ejercicio fiscal es muy posible que el déficit público de los EEUU haya llegado al 16%, una cifra insostenible para quien no imprima la moneda de reserva mundial.
La tasa de desempleo en Estados Unidos en abril alcanzó el 14,7%. Fue la cifra más alta desde que empezó la actual serie estadística, en 1948 y, con toda seguridad, la mayor desde 1940. Si había alguna muestra definitiva del peligro de una nueva Gran Depresión, esta vez ocasionada por la Covid-19, era ésa.
En agosto, sin embargo, el paro en la primera economía mundial era del 8,4% de la población activa. Era la consecuencia de cuatro meses consecutivos de creación de empleo neto. Solo en agosto, se crearon 1,4 millones de puestos de trabajo. Así que estamos hablando de cifras excelentes… hasta que se las examina de cerca. Entonces, aparecen indicios que deberían moderar el optimismo de los inversores en torno a la recuperación económica de Estados Unidos.
El más obvio es que los 1,4 millones de empleos creados en agosto son la cifra más baja de estos cuatro meses. Eso significa que la creación de empleo se está frenando. Hay, también, un componente psicológico. Los datos de empleo estadounidenses se llevan a cabo por medio de una encuesta, de una manera similar a la EPA española. El problema, según el propio Departamento de Trabajo de ese país, es que la pandemia creada por el coronavirus ha causado cierta confusión a los encuestados.
“En EEUU, donde nadie paga los ERTEs, 3,4 millones de trabajadores declaran haber perdido su puesto de trabajo de forma permanente”
Así, una parte de los que, debido a la Covid-19, están sin trabajar, pero también sin cobrar (en EEUU, nadie paga los ERTEs), a veces se autodenominan como “ausentados del trabajo”, una categoría que solo incluye enfermedad, cuidado de los hijos, bajo por maternidad o paternidad (que en EEUU tampoco conlleva remuneración salarial), o haber sido llamado a filas o estar realizando tareas de servicio público. La razón por la que esas personas que deberían considerarse a sí mismas “parados” solo se ven como “ausentados del trabajo” queda para los economistas conductuales. Pero el impacto de esa aparente tendencia a sobrevalorar la situación laboral personal supone, según el Departamento de Trabajo, una tasa de paro inferior en 7 décimas a la oficial. En otras palabras: en vez del 8,4%, debería ser del 9,1%.
Un déficit espectacular
No acaban ahí las confusiones. En agosto, Estados Unidos realizó su Censo, que se lleva a cabo una vez cada década. Eso supuso la contratación por el Estado de más de 300.000 personas, o sea, cerca del 25% de los nuevos empleos. En septiembre, la mayor parte de esos trabajadores eventuales estarán, de nuevo, en el paro, a medida que el Censo vaya concluyendo.
Y, cuando se desmenuzan las cifras, la realidad también parece menos brillante. En septiembre, 3,4 millones de estadounidenses declararon haber perdido su puesto de trabajo de manera permanente. Esa cifra es superior en medio millón a la de julio, y refleja que los parados son, cada vez, menos temporales y más permanentes.
Todos esos factores apuntan en una dirección: la creación de empleo está empezando a dar señales de agotamiento. Eso no significa que el paro vaya a dispararse, pero sí que es probable que los buenos datos del mercado laboral desaparezcan. La consecuencia será un desempleo permanentemente alto. Eso puede tener consecuencias en un país en el que antes de la pandemia 37,1 millones de personas necesitaban cupones del Estado para comprar comida. El Gobierno estadounidense ha dejado de publicar los datos desde abril, pero solo ese mes el número de beneficiarios de estas ayudas aumentó en 5,9 millones.
“Solo en abril se sumaron 5,9 mn de personas a los 37 mn que ya antes recibían bonos de comida. El último paquete de ayudas es de junio, y se están agotando”
Todos esos datos son, por ahora, más que una tendencia, un factor de incertidumbre. Porque, simultáneamente a la tasa de desempleo, el Departamento de Trabajo publica otra estadística, la de nuevas contrataciones. Ésta también se realiza por medio de una encuesta, pero a los empleadores. Y sus resultados en agosto fueron considerablemente mejores que los de la tasa de paro. Así pues, hay opiniones para todos los gustos. Aunque a trancas y a barrancas, la economía estadounidense va abriéndose poco a poco. Eso no se debe tanto a la mejoría de la situación sanitaria, sino a que los estados demócratas, que son los que han adoptado medidas más duras de cierre de la actividad, están, poco a poco, abriendo la mano, mientras que los republicanos nunca han ido tan lejos a la hora de tomar decisiones drásticas. En todo caso, el Covid-19 causó en agosto entre 1.000 y 1.500 muertos diarios, y es probable que a principios de 2021 haya provocado 400.000 fallecimientos. Eso significa uno de cada 822 ciudadanos.
Hay, además, otros factores de incertidumbre. El más claro es en el frente fiscal. Cuando el mes que viene se publique el dato del déficit estadounidense en el ejercicio fiscal 2020 – que acaba el 30 de septiembre – saldrá una cifra, probablemente, del entorno del 16% del PIB. Ésa es una cantidad inimaginable para cualquier país que no tenga la divisa de reserva mundial, que puede imprimir de manera virtualmente ilimitada.
El problema es que ese inmenso gasto público está teniendo un impacto relativamente limitado en la crisis. De hecho, el último gran paquete de estímulo es de junio, y desde entonces ni demócratas ni republicanos se han puesto de acuerdo en cómo llevar a cabo el siguiente. Eso ha hecho que las ayudas a la economía y, sobre todo, a los ciudadanos, se estén agotando. Una vez más, la Reserva Federal está interviniendo, incluso a través de créditos directos a empresas. Son las ventajas de ser un organismo que no está tan sujeto a las tensiones políticas del momento como el Legislativo. Pero, aun así, las herramientas de la Fed para ayudar a la economía ‘a pie de calle’ son limitadas.
“Los 1,4 mn de empleos creados en agosto son la cifra más baja de los últimos 4 meses. Y más de 300.000 fueron contratados por el Estado para realizar el censo”
Elecciones
Así, el panorama macroeconómico del inicio del curso en Estados Unidos está marcado por la incertidumbre. El golpe del coronavirus fue mucho mayor de lo previsto. Después, el desplome de la actividad parece haber sido menor, comparativamente, que en Europa, algo destacable en un país que concentra por sí solo la cuarta parte de las muertes oficialmente reconocidas en todo el mundo. Ahora, mientras la crisis sanitaria continúa prácticamente sin variación, el futuro de la economía se ha tornado más incierto.
Y todo eso sin entrar en la mayor incógnita de todas: las elecciones del 3 de noviembre. Incógnita no solo por quién ganará sino, también, por qué pasará en la calle. Con Estados Unidos sumido en su peor crisis racial en 52 años, existe una posibilidad muy real de que no haya un vencedor claro y, mientras los comicios se resuelven en los tribunales – tal vez en el Supremo – proliferen las manifestaciones violentas de activistas demócratas y los ‘desfiles’ de milicias republicanas armadas hasta los dientes. Si eso sucede, es posible que haya derramamiento de sangre.♦