Y donde la izquierda del Partido Demócrata vea ‘environmental justice’ la derecha tendrá que leer Programas Público Privados que beneficien a las empresas. Una triangulación necesaria para sacar adelante su programa.

La “justicia medioambiental” que plantea Biden podría significar más de 2 billones de dólares de gasto público.

Recuerde esta palabra: “justicia medioambiental”. Es bastante probable que acabe entrando en el vocabulario cotidiano en los próximos meses o años. Por de pronto, ya lo ha hecho en el de la campaña de Joe Biden, el próximo presidente de Estados Unidos. Y es algo más que un mero eslogan, porque “justicia medioambiental” podría significar más de dos billones de dólares (1,65 billones de euros) en gasto público.
——“Justicia medioambiental” (“environmental justice”) es el término que la campaña de Joe Biden va a utilizar para ‘vender’ al ala izquierda del Partido Demócrata su plan de infraestructuras. La idea es que no basta con construir autopistas, puertos o escuelas, que todo eso entra en el plan de inversión del presidente. También es necesario que esas inversiones favorezcan a comunidades marginadas, sobre todo a minorías raciales, dado que la sensibilidad en Estados Unidos hacia la cuestión de la raza es mucho mayor que hacia la desigualdad de ingresos.
——Pero “justicia medioambiental” es, también, un símbolo de cómo va a ser la presidencia de Joe Biden. El presidente electo tiene que hacer un equilibrio complicado. Por un lado, tiene a un Partido Republicano que se ha sometido a Donald Trump y a su populismo hasta el punto de negar la legitimidad de la rotunda victoria electoral que el demócrata ha conseguido en las urnas. Por otro, tiene a un ala izquierda de su propio Partido Demócrata que le ve como un centrista.


“En 2019 los EEUU consumieron más energía renovable que carbón y la eólica sobrepasó a la hidráulica en el mix energético”


Así que Biden va a tener que ‘vender’ su programa de infraestructuras como un ejercicio de “justicia medioambiental” si quiere que los demócratas se lo acepten. El problema es que no está claro que logre el respaldo republicano. La política de la oposición va a ser de obstruccionismo total y absoluto a todos los niveles. Es algo que ya empleó, con un éxito más que rotundo, entre 2009 y 2017, cuando era presidente Barack Obama, y el vicepresidente era Joe Biden. Y algo que está quedando claro en este mismo momento, con la renuncia republicana a aprobar un nuevo paquete de estímulo contra el Covid, esta vez por algo más de 900.000 millones de dólares (cerca de 750.000 millones de euros). Si uno fuera mal pensado, podría decir que ése es el objetivo de la oposición: obstaculizar la reactivación estadounidense a medida que las vacunas se van extendiendo y los tratamientos contra el coronavirus van mejorando.

De $1,7 Bn en 10 años a $2Bn en cuatro
Así que ¿cómo puede ‘vender’ Biden su plan de reactivación económica y de inversión en infraestructuras a la izquierda y a  la derecha? La única solución es empleando mensajes diferentes para cada uno de ellos. Donde la izquierda vea ‘justicia medioambiental’, la derecha tendrá que leer ‘programas público- privados’ que beneficien a las empresas. Va a ser una cuadratura del círculo – o, como se diría en Washington, “una triangulación” – difícil de conseguir.

Carreteras EEUU
EEUU montó su red de autopistas interestatal en los 50 y acabada la guerra fría la inversión en infraestructuras decayó.

La cuestión de las infraestructuras ejemplifica el dilema político de Joe Biden mejor que cualquier otra línea de acción política. Estados Unidos es un país con un creciente atraso en ese campo y problemas estructurales para resolverlo debidos en parte a su propio sistema institucional federal. De hecho, EEUU no tuvo una red nacional de autopistas hasta la década de los cincuenta, y, si la construyó, fue en gran medida por la necesidades de la Guerra Fría. Así, la manera de saber si uno está en una autopista “interestatal” en EEUU es mirar a los pasos elevados: si éstos son a gran altura, es que la carretera pertenece a ese grupo, ya que se construyeron así para que pudieran pasar camiones con misiles por debajo.  
——Desaparecido el peligro soviético, Estados Unidos se quedó sin incentivos para mantener su red de infraestructuras, y las consecuencias son evidentes para cualquiera. Pero el problema va más allá. En un país basado en la subsidiariedad, en el que hasta los condados — que vendrían a ser en España el equivalente de los municipios – tienen autonomía para decidir si quieren o no que pase por su territorio una vía férrea o una carretera (o si el tren tendrá estaciones o no), y en el que las expropiaciones forzosas son muchos más complicadas que en, por ejemplo, España, cualquier tipo de obra de envergadura que no venga dictada por una necesidad inmediata es una pesadilla burocrática.


“La demanda de infraestructuras es limitada. Tal vez porque solo el 45% de la población ha viajado fuera del país para poder comparar”


A eso se suma una cuestión psicológica: solo el 45% de los estadounidenses ha viajado fuera del país, y la mayor parte de los que lo han hecho han ido solamente a centros turísticos en el Caribe, así que no han podido comparar el lamentable estado de sus aeropuertos y autopistas con los del resto del mundo (de sus trenes mejor no hablar, dado que en EEUU ese medio de transporte prácticamente solo se usa para llevar mercancías, con la excepción del corredor Washington – Nueva York – Boston). Por consiguiente, la demanda de la opinión pública en favor de más infraestructuras es, en realidad, bastante limitada.
——Y, finalmente, queda la gran cuestión: el dinero. Biden quiere usar las infraestructuras como herramienta para dirigir, en el más puro estilo keynesiano, la reactivación del país tras el Covid-19. Eso queda reflejado en la propia evolución de su proyecto en ese terreno, donde pasó de proponer una inversión de 1,7 billones en diez años, durante las primarias, a otra de dos billones en solo cuatro, en las elecciones generales. El aumento de las cifras y el acortamiento de los plazos no fue solo consecuencia de la necesidad de convencer a más votantes, sino también la constatación de que el impacto económico del coronavirus iba a ser muchísimo mayor de lo que se había estimado inicialmente.

Con el crudo a los precios actuales es improbable que el ‘fracking’ vaya a ser una competencia para las renovables.

El `fracking’, fuera de juego
Es algo de reconstrucción y algo, también, de reingeniería. Porque la “justicia medioambiental” implica, también, acelerar la transición del carbón, el petróleo y el gas natural a las renovables. Ahí, Biden puede encontrarse con obstáculos políticos. Pero, si aprovecha la evolución tecnológica y económica, tiene la batalla ganada. En 2019, por primera vez desde 1885, Estados Unidos consumió más energía renovable que carbón y, por vez primera en su Historia, la energía eólica sobrepasó a la hidroeléctrica en el ‘mix’ energético del país.
——Eso indica que, sea justa o injusta, la transición energética en Estados Unidos está en marcha, aunque se opongan a ella, por una mezcla de interés político y principio ideológico, una buena parte de los republicanos. Las fuerzas del mercado son claras, y con el crudo en un rango de entre 40 y 60 dólares el barril por el futuro previsible es poco probable que el ‘fracking’, tanto de gas como de petróleo, vaya a ser una competencia seria para las renovables.Eso indica que, sea justa o injusta, la transición energética en Estados Unidos está en marcha, aunque se opongan a ella, por una mezcla de interés político y principio ideológico, una buena parte de los republicanos. Las fuerzas del mercado son claras, y con el crudo en un rango de entre 40 y 60 dólares el barril por el futuro previsible es poco probable que el ‘fracking’, tanto de gas como de petróleo, vaya a ser una competencia seria para las renovables.
——En su plan, Biden juega con esos factores. Porque en la agenda política del presidente electo no está nada clara la distinción entre energía e infraestructura. Eso implica que redes de transporte público pueden contar como una cosa u otra, lo que, a su vez, puede servir para ‘venderlo’ a republicanos o demócratas. Y, aunque el Congreso no dé al final más que una pequeña parte de lo que Biden le pida – en gran medida, de nuevo, por la oposición republicana a darle un triunfo político – parece claro que Biden logrará algún tipo de inversión extra en ese terreno.♦