“La idea de grabar todas las importaciones (los aranceles son hoy el 2% de los ingresos) para compensar las rebajas fiscales y atajar el déficit público (> 6% del PIB) es una falacia colosal”
El triunfo de Donald Trump ha provocado un auténtico shock en buena parte de la sociedad estadounidense e indisimulada inquietud entre los dirigentes del resto del mundo, salvo contadas excepciones. Su anterior mandato dejó huella indeleble y no pocos motivos de preocupación. Por más que las encuestas se aferraran a la ilusión de minimizar sus posibilidades de victoria, las apuestas le consideraron siempre claro favorito. Prueba, si cabe, de la superior fiabilidad que ofrecen los mecanismos de mercado, cuando se arriesga de verdad el dinero. La abrumadora desaprobación de la gestión de Biden, le brindaba una plataforma idónea para recabar apoyos sin ni siquiera molestarse en elaborar un programa de gobierno. Con el viento a favor de un deseo mayoritario de cambio, le bastó con airear las principales preocupaciones de los ciudadanos de a pie como la reciente y desaforada inflación que tanto empobreció a amplias capas de la población, una inmigración descontrolada o la percepción de falta de liderazgo mundial. Sólo su bronca campaña, pródiga en exageraciones e invectivas, mantuvo vivas las esperanzas de su rival hasta el final. De bien poco sirvió la sistemática campaña de desprestigio hacia su persona que alimentó la mayoría de los medios, sometiendo sus aseveraciones a un implacable fact-checking para detectar falsedades.