Paradójico. La Humanidad parecía haber alcanzado sus mayores cotas de prosperidad y tolerancia tras milenios de penurias y perturbaciones de toda índole cuando aparecen preocupantes signos de una degradante regresión. El progreso anunciado por el inusitado auge de las comunicaciones aparece como un perverso bumerán: el despotismo incendia la ‘aldea global’ y se propaga por el mundo con una celeridad pasmosa. Decaen las libertades de pensamiento y expresión; mil trabas obstaculizan los desplazamientos; amenazan con liquidar el libre comercio. Todo para ‘proteger los valores’, sin que aclaren qué ideales defienden.

Tan asombrosas ansias proteccionistas adquieren niveles insólitos. Durante casi un siglo, los epígonos del reverendo Thomas Malthus manosearon sus elucubraciones sobre control de la natalidad, hoy banal pseudociencia. En el mundo industrializado se solaparon bajo el estandarte del bienestar, conquista vanguardista del derecho de la mujer a planificar la maternidad. Pero subsiste hasta hoy la coacción en el antes llamado Tercer Mundo, a cuyas madres -y padres- obligan a reducir el número de hijos para merecer la ‘cooperación internacional’. Véanse, si no, discursos recurrentes de ciertos políticos y empresarios, desde el insigne Nicolas Sarkozy al ínclito Bill Gates.

El presidente ruso les enmienda la plana, claro. Vladímir Putin promovió en octubre pasado una polémica ley: prohibió la difusión, por cualquier medio, de publicidad u opiniones que inciten a no tener hijos. Los infractores son sancionados con multas de hasta $4.000 si son particulares, $50.000 a clínicas y organismos. O sea: aborto y soltería son actos subversivos. Para los partidarios de esa draconiana ‘operación demográfica especial’ -denominación de Nina Ostanina, presidenta del comité de la Duma que la tramitó- los argumentos de Occidente para limitar la procreación debilitan a Rusia. Al contrario, los detractores atribuyen el frenético interés del Kremlin en frenar el drástico descenso de la población a la merma de tropas para sus guerras. Así, las rusas retoman su rol tradicional: las labores propias de su sexo, la pata quebrada y en casa. El silencio del feminismo occidental ante tan rotundas y contradictorias imposiciones lleva a exhumar un lema acuñado durante las vibrantes revueltas del mayo francés, en 1968: ‘prohibido prohibir’. ¿Será ácrata el futuro?♦