Un dicho popular, ‘cada persona es un mundo’, expresa con nitidez la complejidad del ser humano. Nadie es perfecto, ninguno es absolutamente perverso. Nada extraño que cada cual atrae partidarios y detractores, y cuantos descollan generen fobias y filias. Ciertas imágenes humanizan la monstruosa figura de Adolf Hitler: acariciando a una niña, jugando con el perro en su bucólico refugio alpino. ¿El juicio colectivo debe primar los hechos al margen de su protagonista? Tan tornadizos los principios éticos y morales, ¿vale aplicar valores actuales a conductas ancestrales?
Con unos más que con otros, la Historia suele ser benévola con los genios: aventa sus logros, poco el ‘locus’, percepción subjetiva sobre las posibilidades de controlar la propia vida e influir en acontecimientos cotidianos. Sin tales datos, imposible comprender la personalidad: motivaciones del comportamiento, actos, decisiones. Información muy útil para tener idea cabal sobre el aspirante a gobernar, y por ello se cuidan de encubrir rasgos potencialmente desfavorables y sacralizan la intimidad.
Ante tal opacidad, cabe indagar ‘a posteriori’ la vida y milagros del héroe muerto. Aparecen entonces imperfecciones sorprendentes que desencantan. ¿Abolir por ello la Ley de la Gravedad al descubrir al Isaac Newton plagiario, pues robó la idea a Robert Hooke, calumniándole hasta amargarle la existencia? ¿Hubiesen celebrado ‘Madame Bovary’ de conocer al Gustave Flaubert pederasta, pues pagaba a niños para sexo? ¿Olvidar a Nikola Tesla por su soberbia luciferina y defender la eugenesia, la reproducción exclusiva de los humanos más excelsos? ¿Resistiría incólume la aureola pacifista de John Lennon, sería icónica su figura como músico de trascender su cariz maltratador y padre insensible, cuenta Cynthia, su primera esposa? ¿Ignorar la significativa contribución de Louis Althusser al pensamiento contemporáneo porque estranguló a su mujer en un colapso nervioso? ¿Menoscaba la maestría ajedrecista de Bobby Fischer su furibundo antisemitismo, jubiloso tras los atentados terroristas contra las Torres Gemelas? ¿La inveterada misoginia de Platón y Picasso invalida la originalidad de sus innovaciones en filosofía y estética? En éstos y semejantes casos, quizá lo sensato sea recordar su condición humana. Porque talento no es sinónimo de virtud.♦