Este trabajo ha ganado, ex aequo, la XXXI edición del Premio Internacional de Artículos sobre Contabilidad y Administración de Empresas que organiza AECA, y que cuenta, entre otros, con el apoyo de Consejeros. El autor confiesa en estas líneas que, respecto a las recompras de acciones, le ocurre a él como al gobernador del entremés cervantino: Que no lo ve, aunque “habré de decir que lo veo, por la negra honrilla”


Texto: Eduardo Menéndez Alonso
Profesor Titular de Economía Financiera y Contabilidad de la Universidad de Oviedo. emenende@uniovi.es


En el célebre entremés cervantino los personajes asisten a un prodigioso espectáculo. De aquel retablo de las maravillas que promueven Chanfalla y la Chirinos todos fingen ver lo que no hay, se maravillan ante lo que dicen presenciar, aunque no vean nada. No se atreven a contradecir a la mayoría para pasar por cristianos viejos y no ser tildados de conversos o hijos bastardos, lo peor en la escala social de la época. Como advierte el pícaro Chanfalla al principio de la actuación, “…el que fuere contagiado destas dos tan usadas enfermedades, despídase de ver las cosas, jamás vistas ni oídas, de mi retablo”.

La inmortal obra de Cervantes encuentra hoy en día un fiel reflejo en las recompras de acciones, una transacción frecuente, muy arraigada entre las sociedades cotizadas1. En el actual retablo financiero de las maravillas todos describen las bondades de las recompras de acciones como fórmula ideal de retribución al accionista. Todo son parabienes, maravillas,…Accionistas de toda clase y condición, inversores, analistas, incluso reguladores,… Cualquier morador de la aldea financiera global parece asistir asombrado al ingenio de las recompras de acciones. Por interés particular, por ignorancia financiera u otra causa, nadie repara en las recompras de acciones. Estos personajes parecen sustituir al gobernador, al alcalde, al regidor y al escribano de la obra cervantina. A todos les parece un prodigio financiero, un alarde de creación de valor para el accionista, cual designio divino que nadie cuestiona ni critica, no sea apartado o considerado ignorante desde el punto de vista financiero. Todos asienten lo que la empresa anuncia, como dogma de fe, sin espíritu crítico, no sea que les consideren iletrados en una época en la que abunda la promoción de la educación financiera.

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